El presidente de la Cámara de Diputados, Alfredo Pacheco, merece todos los lauros por el consenso alcanzado para la aprobación a unanimidad en ambos cuerpos legislativos de la ley de extinción de dominio.
No se preveía, es la verdad, que una oposición tan radicalizada podía ceder a favor de un proyecto que persigue la recuperación del patrimonio mal habido.
Sin alterar la esencia de la pieza Pacheco negoció las modificaciones de los capítulos que se prestaban a confusión. De él se sabe que es buen negociador, lo que demostró con el proceso para que el proyecto terminara con 12 años de peregrinación en las cámaras legislativas.
A fin de cuentas pudo más una dosis de buena voluntad y conciliación que las acaloradas discusiones y las sesiones en complejos turísticos de la comisión bicameral. Al margen de reconocimientos, la experiencia es una lección.
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