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Mieses Burgos: la maldad que debe poseer la poesía

Mieses Burgos: la maldad que debe poseer la poesía

Mieses Burgos

Había una vez un poeta que dijo que para escribir buena poesía en estos tiempos había que hacerlo con maldad, y en suficientes dosis. Estoy de acuerdo, me suscribo a esa luminosa y baudelariana hipótesis de que el hacedor de poesía debía tener conciencia por dónde encamina su estro, de la forma en que su inspiración suministraba los versos para darlos a conocer al mundo.

Esa maldad implica, a mi juicio, que las cosas, los hechos, los seres humanos, debían ser mirados, observados con una profundidad y sutileza que atenten, primero con las buenas y rutinarias normas y formas, y segundo, contra los caminos trillados por otros bardos. ¿Por qué un poeta se sigue leyendo con fruición muchos años posteriormente a su muerte? ¿Por qué hay poesía que no envejece? Inoculó del buen veneno y de la maldad en sus versos. Los salvó de la chatura.

Hay un poeta al que siempre me he resistido, y al que he tratado de buscar ángulos para entender su poesía. Para muchos de mis apasionados compañeros de jornada –ochentistas y noventistas- Mieses Burgos, es una especie de héroe de la poesía puritana, un gran poeta que cantó los universales y sempiternos temas que la vida brinda en bandeja de plata. Evoco a los poetas, en el Ensanche de La Fe de entonces, José Alejandro Peña y Modesto Acevedo (gran talento y gran desertor de la poesía) entonando sus poemas con un ahínco y con voz estruendosa.

El amor, la muerte, el dolor, son tratados con frecuencia por Mieses Burgos, al igual que los poetas clásicos. Pero en mi experiencia libérrima de lector de poesía, me doy cuenta de que al penetrar en estos temas, el poeta dominicano roza y se queda en la cáscara. A este poeta que la naturaleza embruja –menciona con harta frecuencia, viento, árbol, rosa-, esta misma naturaleza lo sofocó, le hizo recorrer un camino en el que se encontró a gusto siempre.

Un conjunto de palabras –símbolos ataron al poeta. De ahí que repita tanto. De ahí que su mecánica se constituya en un movimiento predecible. Aparecen constantemente palabras como. Viento, ala, rosa, agua, luna, canto, noche, lirio, terciopelo, dalia, tulipanes, campiña aurora, sublime, nardos, cristalería, doncella, simiente.

Las palabras separadas, bañadas por lo solitario, no tienen el valor de bello o feo, por sí solas. Ellas recobran valor cuando se mezclan con otras. Es el matrimonio de ellas cuando el poeta logra divorciarse de lo rutinario.

La repetición de palabras, muestran, en Mieses Burgos, a un poeta, atado a caminos conocidos para rozar lo lírico, enamorado de palabras con las cuales construye versos que a medida que se lee se vuelven predecibles.

Me hubiese gustado ver más vida. Más tierra. A un poeta más aterrizado. Pero cada quien es dueño de elegir su universo, la forma en que le cantará a este mundo falaz y efímero en el que todos pasamos como tontos.

Si algo nos enseñó Neruda es a ser diverso, y que se puede cantarle al amor sin ser demasiado melcochoso, o la naturaleza sin ser lo más salvaje.

Confieso, en cambio, que leer a Mieses Burgos, me fatiga un poco. De una a otra página siento que el cantor me da la misma nota y me interpreta la misma tragedia. Si hay algo que caracteriza a los grandes poetas es su diverso registro, es la forma en que cambian y modifican ambiente y atmósfera. Hay un poeta grande siempre para los más pequeños temas. Pablo Neruda fue uno de ellos.

Mieses Burgos, con todo su derecho, es persistente en el uso de las palabras como símbolos. De un poema a otro, por ejemplo se detecta de inmediato cómo abusa en ocasiones de estos. Página 35. En el poema Los caballos de Suro vienen por el viento uno se topa con las siguientes palabra del universo de Franklin: árbol, rama viento, luna. La palabra viento la repite 5 veces, y esto en contexto similar, en el que no se agrega, creo, magia, sutileza, aleación que llame a sorpresa o misterio.

Confieso que algo también me llama la atención y es el uso masivo de adjetivos. En cantidades industriales. En el poema Elegía por la muerte de Tomás Sandoval están esas uniones vanas de palabras: (así llamo a los adjetivos). Fondo solitario, limpia sonrisa, azúcar parda, peces hambrientos, príncipe mulato, verde escafranda, tronco joven, polar caricia, puñales de hielo, mundo salobre, sombras ateridas…. Y esto en a penas, 18 pobres versos.

Y es que el uso que se le da a las palabras, en el caso de la poesía, cuando no se hace sabiamente, y con maldad, empobrece la mecánica de la escritura, hace que el verso tenga escasa o nula efectividad, y que el verso quede enganchado como algo con un cariz de efectismo o con una idea expresada con singular o vistosa retórica.
El autor es escritor y periodistas.

Por: Eloy Alberto Tejera
eloyalbert28@hotmail.com

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