Haití esperó mucho tiempo para solicitar ayuda militar frente a una crisis de gobernabilidad, con el agravante de la inseguridad impuesta por las pandillas que controlan el territorio, que no está en capacidad de solucionar.

Ante el deterioro de las condiciones de vida y el ¡sálvese quien pueda” la decisión anunciada por el presidente Ariel Henry es medio de las actuales circunstancias.

La nación no podía alargar el estado de anarquía sin buscar una salida para restablecer el orden y la seguridad ciudadana.

Las Naciones Unidas (ONU) y la Organización de Estados Americanos (OEA) tienen que asumir la solicitud del Gobierno haitiano como un grito desesperado de una nación que reconoce su incapacidad para enfrentar por sí sola el drama que la sacude.

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El embajador haitiano en Estados Unidos, Bocchit Edmond, definió la crisis sin ambages: “Nos enfrentamos a un momento difícil”, dijo, “y no podemos resolverlo por nosotros mismos”.

La opción militar se ha tenido siempre que la principal salida para garantizar el orden y crear las condiciones para la celebración de elecciones. Es una verdad de a puño que el Gobierno haitiano, hoy por hoy, nada representa.

Para complicar más el panorama en estos días los haitianos han tomado las calles para reclamar la renuncia del presidente Henry, a quienes hasta se ha relacionado con las pandillas. La intervención en Haití no puede esperar. Es urgente.