República Dominicana, como tantos otros países de ALC, se enfrenta con mayor gravedad a la migración haitiana que ha venido derramándose en la región, constituyendo su más grave peligro y la peor amenaza a su existencia como nación civilizada.
El Gobierno del presidente Abinader, él fundamentalmente que se comprometió a no permitir que este problema alcanzara las dimensiones de hoy, ha permitido la continua haitianización por el repliegue en no evitarlo y por la no repatriación de estas personas.
Probadamente está que la única forma de hacerse oír ante la comunidad internacional es tomando decisiones heroicas como estas, que para los intereses contrarios a nosotros “agravamos el problema”, sin embargo, las bandas armadas y la barbarie que originan,no.
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Haití siempre está en crisis para que no podamos repatriar porque el único interés es que permanezca en suelo dominicano toda esa escoria indeseable para las élites haitianas.
Por tanto, el despliegue militar en la frontera resulta una mezcla de alivio y escepticismo como respuesta, pues las bandas armadas se amedrentan, pero la migración continúa.
También es de apuntar que el peor de los males es el colectivo pro-haitiano instalado en cargos claves del Gobierno, rendido a los santuarios del poder y el dinero para llevar a cabo la haitianización profunda y recrear la unificación por absorción de una población que no ha alcanzado un mínimo grado de madurez en el sentido moral y de civilización, hecho que es un verdadero sabotaje a la soberanía nacional.
Es preciso recordarle al poder que lo que inquieta al dominicano es la tolerancia y la actitud de aletargamiento, de anemia emocional para desviar el derrotero de la desintegración de nuestro Estado que muestra la autoridad; esa falta de coraje cívico y responsabilidad ausente de los que mandan, carentes de un auténtico contenido nacionalista, y que nos hace recordar con nostalgia tiempos pasados.