Opinión

Reflexiones catorcistas

Reflexiones catorcistas

Confieso que no entiendo la pasión de muchos por el poder político, porque gobernar un país es tarea harto difícil. Hay que complacer a todos y a todas y en el proceso se termina sacrificando a quien se entiende como el más, o la más, débil.
Confieso que cada día que pasa pienso en la muerte como la única realidad y frente a esa constatación no entiendo el afán, los afanes, que norman nuestras vidas, en un desperdicio de experiencia vital, de posible disfrute, que desafía la razón.
Confieso que todos los días observo a mi compañero y doy gracias, porque sencillamente no sé por cuanto tiempo más recibiré el regalo de su existencia, de sus palabras, de su ternura infinita, algo que aprendí cuando perdí a mi madre y me di cuenta de que nunca pensé que podía no estar.
Por eso no entiendo el afán por la ganancia y la acumulación de riquezas. Siento que hay un punto donde ya el ser humano debería estar satisfecho con lo que dispone: una casa, espacio, jardines, medios para transportarse, viajes, vacaciones, arte, música, artesanía, joyas y en muchos casos la seguridad de hijos y nietos.
Por eso tampoco entiendo la descarnada explotación ajena, la falta de compasión, de ternura colectiva, el ver al trabajador y trabajadora como seres a explotar, como contendientes en una lucha angurriosa por mas y más capital, más ganancia.
Ya escribí un artículo sobre los jóvenes que contratan los supermercados por tres meses para no asegurarles un puesto de trabajo y como para colmos su único salario es la propina que les damos, las limosnas que les damos. Ese artículo me gano una carta del representante de los industriales aclarándome que eso era una práctica de los comerciantes que ellos no compartían donde percibí cierto ¿desdén?
Empero, en la discusión por los salarios son los industriales los que negocian con los sindicatos y el país observa con horror como están discutiendo un catorce por ciento de aumento salarial como la gran cosa porque no se ponen en los zapatos de quienes ganan un salario mínimo, y tienen como ellos hijos, mujer, madres, familias que mantener.
No me imagino a Circe con su cara elegancia, marchando con una pancarta al frente de las manifestaciones que amenazan realizar para protestar ese catorce por ciento de aumento salarial que ya se ha tragado la inflación hace rato, pero si lo hace allí estaremos otras mujeres para preguntarle ¿no les da vergüenza?
Solo en algo estoy de acuerdo: Un salón de belleza no puede pagar el mismo aumento que una gran empresa. Los aumentos salariales deberían ser proporcionales al capital de quien emplea.
Simple.

El Nacional

La Voz de Todos