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Tragedia de San Cristóbal

Tragedia de San Cristóbal

Juan Taveras Hernández (Juan TH)

La muerte despertó temprano del letargo nocturno. El viento soplaba, pero no cantaba, Una sombra opacó el Sol, Las nubes presagiaban la lluvia, Una tormenta parecía acercarse. No era previsible la muerte masiva,  Sin embargo, una tragedia inigualable surcaba los cielos del Sur olvidado. Los cuerpos calientes comenzaron a caer tras la explosión de aquel día fatídico, un infierno de fuego comenzó a desatarse en el pueblo.

Los cuerpos destrozados yacían en el pavimento, La muerte los tomó de sorpresa,  Sin una plegaria siquiera. Debajo de los escombros, los cuerpos irreconocibles, devorados por la explosión y por las llamas.

La vida reducida a cenizas inesperadamente, un olor fétido surcaba el cielo, llevándose la vida en un minuto, carne quemada, cuerpos destrozados, sangre derramada, dolor, llanto, luto y desconsuelo.

La tragedia de San Cristóbal, con sus muertos, sus desaparecidos, sus heridos, y su agonía entristecida, martillan la conciencia.

¿Cómo olvidarla? ¿Cómo olvidar todos esos cuerpos tirados en el pavimento?

¿Cómo olvidar aquellas madres llorando a sus seres queridos, preguntándose, con el dolor atragantado en la garganta, por qué?

Sin encontrar respuestas en la penumbra que deja el vacío de la partida inesperada.

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? La interrogante se pierde en el llanto.

¿Cómo olvidar las llamas consumiendo la vida, ante la mirada estupefacta de los transeúntes que no podían creer lo que sus ojos estaban viendo?

El fuego incesante destrozándolo la vida con sus llamas tocando el cielo.

Los camiones, las sirenas, los bomberos, las ambulancias, la explosión, el fuego, el corre corre despavorido de la gente,  mientras el fuego se extendía amenazante, como queriendo matar el pueblo, devorar la vida de los que buscaban vida. El pueblo pareció sucumbió de pronto, El humo asfixiante ocultó el sol intoxicando los pulmones, las imágenes de la tragedia surcaban el espacio, los diarios difundían la noticia,

Las redes saturaban los hechos con imágenes dantescas, mientras los políticos, como buitres carroñeros, estaban al asecho, esperaban que los cadáveres emergieran de los escombros, para convertirlos en su alimento.