Entre lo deslumbrante y lo útil, necesario y provechoso. Aquello te impresiona, activando apenas el lado lúdico que, si te descuidas, te lleva al boato y al debilitamiento del espíritu, que conduce a una vida desordenada y dislocada, carente de propósitos.
La segunda opción te fortalece, garantiza y proporciona estabilidad y prosperidad. Tu porvenir se conecta con la realidad.
La vida llana y simple que deviene en riqueza material y espiritual. En contraposición, te enfrentas a la tentación del lujo antes de tiempo, que cuando se antepone al mérito, queda atrapado en un desenlace, si no ruinoso, indeseable.
De ahí que perseguir grandes objetivos requiera sacrificio y disposición al trabajo con apego a la vida simple que encuentras plenamente en el tratamiento y el calor humano del sano compartir entre familiares, amigos y colegas.
Sana expresión y satisfacción que te ofrece la cotidianidad, lo esencialmente parroquiano. Y dale con la similitud que existe entre cercanía, calidez y amor, en el sentido más elevado y puro.
Eso sí, esta cuestión a todas luces comprensible y simple, presenta un dilema. A nadie le amarga un dulce y, con frecuencia, lo frívolo y divertido tiende a seducir pronto con sus alegres y coloridas vestimentas engañosas adornadas de oropel.
Enfocarse con determinación en las prioridades que demanda lograr metas trazadas en la formación, preparación y emprendimiento en las etapas más productivas y aprovechables de nuestra existencia.
Entender y poner en práctica un estilo de vida coherente con estos propósitos, te aproxima al exitoso esquema que les ha dado buenos resultados a personas, familias y grupos posicionados en mercados altamente competitivos.
El triunfo los ha sorprendido trabajando. Que para disfrutar tendrán, luego, tiempo suficiente.