Peregrinando hacia Santiago de Compostela en España, tenía la ilusión de coincidir con uno que otro compatriota dominicano. Tal vez con un cristiano con fines de cumplir alguna promesa, quizás un deportista o una mujer en procura de superar un duelo.
En mi búsqueda, pregunté a muchos con rasgos latinos sobre su nacionalidad y así, logré socializar con mexicanos, brasileños, colombianos, españoles y gente de diversos orígenes.
No es que sintiera necesidad de compañía, al contrario, en esta peregrinación que se realiza desde el siglo IX, en la actualidad es muy difícil sentirse solo aunque se quiera: la gente se acerca, te habla y cuando no, la encuentras y la reencuentras en diferentes lugares en los que coinciden. Me hacía ilusión encontrar un caminante dominicano para intercambiar con alguien de mis mismas raíces sobre esta experiencia tan enriquecedora y transformadora, como intercambié con gente de decenas de países y varios continentes.
En los 134 kilómetros del trayecto que recorrí esta vez, algunos me saludaban llamándome “dominicana”. Difícil que llamaran por su nacionalidad a coreanos, japoneses, franceses y otros peregrinos que coincidieron con numerosos de sus compatriotas: muchos nombres iguales. En mi curiosidad por ver gente de mi tierra, preguntaba en los restaurantes de los pueblos del trayecto. Imagino que alguno trabaja en un albergue o en algo que queda en el camino.
De seguro los hay. Igual, conozco muchos compatriotas que hicieron varios tramos de este camino que hoy es concurrido por gente de diversas creencias. Esta vez no coincidí con ningún dominicano. Otra vez será. Aún me restan más de 500 kilómetros para obtener mi compostelana. marilei@hotmail.com.