El tono de la voz varía de forma según las circunstancias en que se encuentre el hablante. Hay momentos que imponen el tono: auxilio, cólera, dolor. Pero quien habla puede modular la voz en función de sus intereses y necesidades, como de la impresión que quiera dejar.
Algunas veces la voz se emplea a criterio y conveniencia. Por ejemplo, a ese desabollador que retiene su auto mucho más tiempo del que permite la decencia, un día se le dice en tono simple, sin subir la voz: “Caramba, Raúl, ¿ya la palabra del hombre ha perdido su valor?” Eso le trabajará.
El tono del pendejo. Usted da a un ebanista una mesa de caoba para repararla. Aun llevándose una propiedad suya, tiene que pagarle un adelanto. Páguele el avance y haga que firme un recibo en el que aparezca su teléfono y de ser posible el de la casa o el celular de la esposa.
Como es habitual, el ebanista no cumplirá el plazo. Usted llama y habla con la mujer, nunca en tono áspero o amenazante, sino de impotencia. Le dice, por ejemplo: “Dígale que llamó el hombre de la mesa, que como él tiene mucho trabajo, usted ve, y no me la puede arreglar, yo quiero que me la traiga”.
Avergonzada, la mujer le dará su reprimenda y en poco tiempo el ebanista llamará para excusarse y prometer que le lleva su mueble “mañana, Dios mediante”. La voz de pendejo hizo su efecto. Hay una voz de gozo, alegría, para felicitar o para ofrecer buenas noticias: “Mi hermano, tú te lo merecías”.
Necesitará la voz de enfermo, real o fingido, si se vale de una farmacia que solo acepta pedidos por guasap y después de mucha espera del suyo le responden “Ingrese al link para servirle”. Si respondieran una llamada, conviene usar la voz debilitada para preguntar si lo enviarán y a qué hora.
Como no lo harán, deberá escribirle, nunca en tono agreste ni beligerante, sino suave, como una víctima bonachona: “Hola, ya no tienen que enviarme el encargo que hice hace seis horas, he decidido liberarlos de ese trabajo”. Quizá le haga doler la conciencia. Un tono más dramático sería:
“Hola, ya no envíen el pedido, el paciente empeoró y hubo que llevarlo de urgencia a un hospital. Son muy atentos, ¿sabe?”. Las palabras son la principal herramienta para comunicar, pero la inflexión de la voz es un valioso recurso de ayuda. La vocecita de tonto resulta más efectiva que la de bravucón.