Desde antes de disparar, la policía y el Servicio Secreto buscaban localizar a un sujeto, que según espectadores, rondaba en forma sospechosa el área donde Donald Trump pronunciaría un discurso ante sus seguidores en Pensilvania, aunque las autoridades no lograron dar con él hasta que se mostró disparando contra el exmandatario desde un tejado, donde los agentes lograron eliminarlo.

Se trata de Thomas Matthew Crooks, de 20 años, que se convierte hoy en el fallecido objeto de la más profunda investigación por parte del Buró Federal de Investigaciones (FBI), de Estados Unidos.

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Se ha dicho que el arma usada por Crooks fue adquirida legalmente por su padre, pero que además portaba explosivos al momento de atacar a Trump.

También se confirmó que estaba inscrito como afiliado al Partido Republicano en Pensilvania, donde residía, pero que también hace tres años donó 15 dólares al Partido Demócrata.

Es obvio que toda investigación debería partir de la presunción o interrogante sobre ¿a quién beneficia el crimen?, pero en este caso son tantas las aristas dentro y fuera de Estados Unidos, que la tarea resulta muy difícil, más aun si se sabe que los muertos no hablan.

Se toma en cuenta que la bala que rozó la oreja del controversial candidato, disparada desde una distancia de unos de cien metros, pasó a milésimas del cerebro de Trump, además de que el individuo disparó repetidamente con saldo de un asistente muerto y dos heridos graves, lo que indica que no era tan mal tirador. Es mejor esperar.