Opinión

Autoría o plagio

Autoría o plagio

Rafael Ciprián

El enemigo de la obra de un creador y sus derechos de autor no es la imitación, sino el plagio. Todos imitamos. Se aprende haciendo, imitando a los mejores y haciendo siempre. Se aprende a escribir escribiendo, leyendo mucho e imitando a los mejores en el duro, solitario y muchas veces peligroso oficio de escribir. Verdad de Perogrullo.

La imitación de lo bueno no es mala. Es provechosa. Incluso es un elogio para el imitado y su obra.

Nadie puede ofenderse porque lo tomen de ejemplo o lo emulen. Si se molesta, es un desnaturalizado, una bestia. No tiene amor ni sentido. Y si es así, no puede producir la obra artística.

Pero la imitación no debe ser copia fiel de lo imitado. No, de ninguna manera. Eso es mediocridad. Tiene que elevar su nivel en la búsqueda de los secretos de la técnica de escribir que maneja el autor imitado, con la finalidad de dominarla y luego superarla. Entonces, y solo entonces, estará el aprendiz aplicándose para ser un escritor.

Ahora bien, el plagio es diferente a la imitación. Es hacer uso de lo ajeno como si fuera propio. Es atribuirse méritos creativos que no le corresponden.

El que ejerce el plagio roba la obra de creación. Es un ladrón y un farsante. En el mundo artístico, todos los grandes han sido ladrones y farsantes frente a ciertas creaciones de calidad. Pero logran trascender ese vicio y, luego, agregan valor a su naturaleza sensible de artista.

Cualquiera que sea el plagio, siempre es reprochable, condenable, salvo que se produzca por error y que tan pronto se identifique, se manifieste la corrección.

Todos los artista, si son verdaderos y trascendentes, son saqueadores. Siempre viven olfateando, vigilando e investigando dónde pueden encontrar insumos o material originario para su trabajo creador. Esto no es malo.

Más aún, el saqueo de ideas que permitan generar la tenía solitaria que se instala en el espíritu del artista es necesario e inevitable. Sirve de combustible para encender la creatividad, y afina la sensibilidad del artista y su vínculo entrañable con su universo creativo.

 Resulta ilustrativa la anécdota que tuvo como escenario el museo de El Prado, en España. Se suspendió el programa de presentación teatral de una obra cuya autoría se atribuyó al fallecido dramaturgo Fernán Gómez, cuando en realidad es del narrador Arturo Pérez-Reverte.

La obra fue titulada “Soldado” y recitada por Daniel Ortiz. Pérez-Reverte, la tituló “La rendición de Breda”, con motivo del cuadro de Velázquez, y publicada en el dominical XL Semanal.

 Y si nuestro poeta Federico Bermúdez, con su canto “A los héroes sin nombre”, leyera “La rendición de Breda” vería obvias coincidencias, no plagio.

 Pérez-Reverte dijo que era un honor para él ese error. Y resuelto el asunto.