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De vuelta al barrio

De vuelta al barrio

José Antonio Aybar

El ensanche Ozama estaba vestido de fiesta, sus colmados y colmadones y uno que otro hogar, así lo dejaban sentir ese fin de semana navideño en el que acudí, luego de un largo tiempo ausente de “mi barrio”, como le llamamos “los muchachos” de mi generación, la de finales de los 70 y parte de los 80.

Nacido y criado hasta los 12 años en Villas Agrícolas, luego de residir por un año en el ensanche Las Enfermeras de Los Mina, llegué junto a mis padres y hermanos “al ensanche” en 1977 y allí me hice adulto.

El regreso “al barrio” siempre llega acompañado de hermosos recuerdos, el reencuentro con amigos de infancia, los pocos que se quedaron allí y te reciben con la misma alegría cómplice de cuando maroteábamos en los árboles frutales, las carreras en las calles que llevaban a todas partes; los encuentros donde Amable para ver “echar” a los gallos antes de una importante “pelea”, en los que Wháscar saltaba de alegría frotándose las manos y las palabras incomprensibles de Lisón; los juegos de pelota en la calle junto a Adrián Javier (con el tiempo laureado poeta y escritor ido a destiempo); los fuegos artificiales, el juego de “vitillas”.

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Y así vienen en procesión los recuerdos y se asoman los días de corista como miembro de Los Soldados del Ejército del Señor, de la iglesia evangélica; la caminata dominical, a las 6:00 de la mañana, junto a mis hermanos en compañía de mi padre a la iglesia católica San José Obrero y a las 11:00 de la mañana la visita infaltable del Testigo de Jehova que compartía la Palabra, pero también historias y anéctodas familiares con mi padre y a los que yo hacía compañía.

Entré al colmado de Manuel en busca de una fría y allí encontré a los jugadores de dominó y alrededor de ellos el anotador y los que siempre saben cuál era la jugada más adecuada, cuando se está fuera del juego.

Los saludos efusivos de siempre, las preguntas por los familiares y amigos, y uno que otro “cojo lo que sea”.

Y te encuentras con el amigo maltratado por el tiempo y con la señora que viste de niño y sigue “igualita” y hasta quien te compromete, a punta de carabina, con un “¿No te cuerdas de mí?”. Vaya apuro.

Después de varias horas saludando, recordando fechas y hechos, abrazando y compartiendo anécdotas y risas, te despides de “los muchachos”, con la firme promesa de muy pronto volver “al barrio”.