Lo dominicano”, por así llamarlo, no será la solución a lo haitiano, y debemos resistir para alejar ese ideal antipatriótico de tolerancia del Gobierno, que no debe servir de brazo ejecutor para las decisiones de movilizar al pueblo haitiano al territorio nuestro.
Nada sabemos de las visitas poco espaciadas de cuatro damas del poder norteamericano y su interés en esto. Sin embargo, gente sensata nos invita a “cerrar filas” con el discurso influido por esas funcionarias,¡oh!, ¿y de ese esfuerzo verbal y palabrero tenemos beneficios?; ¿nos respetan?.
¡Hechos, no palabras!, y la realidad sería diferente si se decide repatriar masivamente e impedir la entrada cerrando herméticamente la frontera; eliminando el negocio corrupto de los visados; y controlar partos cuyo único fin es desgastar la nacionalidad.
A quienes se le ruega que intervengan en Haití sólo responderán a los hechos (Balaguer nunca enfrentó el asunto con discursos, sino con acciones concretas), por tanto, al Presidente que abandone esa posición ilusoria porque ya son muchos los repudios al engaño del discurso mientras bulle en el imaginario del pueblo el caos haitiano volcado aquí.
Aquella oferta electoral fue una fiebre, un aparato de propaganda a la medida de un perremeísmo que si se le rasca en el pasado se le encuentra su pro-haitianismo que delata lo atolondrado del destino para nuestra nación, pues fijan las bases para la demolición del edificio del Estado nacional.
Ha sido una metamorfosis hacia la tolerancia por la bóveda extranjera que parece condicionar la conversión del espacio dominicano para acoger dos naciones tan distintas, un perfecto laboratorio de combinaciones y ensayos.
Zafarnos de esos intereses supranacionales se logra con el carácter nacional puesto como antemural al hundimiento de la soberanía. Eso sí genera un consenso social favorable, distinto a lo peligroso que es la finalidad de proyectar más una sombra de duda mediante un esfuerzo palabrero profundamente debilitado.