Las elecciones de febrero y mayo fueron un “trámite” pues el partido oficial se convirtió en ganador antes de “realizarlas”. El uso excesivo de lo prebendario fue el método utilizado para debilitar a la oposición, y todo ello contribuyó a la barrida electoral premonizando lo que sucedería en mayo.
Ante ese empuje la oposición se planteó la estrategia de segunda vuelta dada la presencia de tres fuerzas grandes compitiendo, y ya probado en las municipales en que, a pesar de la alta abstención, Rescate RD logró cierta consistencia y confianza que podía presagiar ese escenario, pero esto no ocurrió. Y lo cierto es que el Gobierno siguió la práctica del dinamitado de la zona de confort de la segunda vuelta articulando el mismo método de febrero: fomentando el transfuguismo a grandes zancadas para mayo.
Ese cara a cara no fue posible, pero lo sucedido no necesariamente manda al pasado la certeza de que tres grandes fuerzan la elección de junio, pues el derrumbe ocurrió por la falta de identidad, de concienciación, de gente más fiel a sus sentimientos que a sus partidos, dando origen a la pobre resistencia al más atractivo, si cabe, estilo de conquistar adversarios que se abría paso cada vez más mercantilizado. Es decir, la percepción de capturar una realidad que se perfilaba objetivamente, no sólo la ofrecían las encuestas, sino ese goteo constante para el debilitamiento opositor; además, uno de los candidatos lució refractario al votante por carecer de un fuerte liderazgo y no pudo sostener los votos que obtuvo su partido en febrero, o, en el peor de los casos, ¿traicionado?.
Por supuesto, al final sería correcto reconocer que el Gobierno evitó ese peligroso espacio posible gracias a la máquina devastadora del poder. Esto seguirá ocurriendo si las agrupaciones políticas no educan a sus dirigentes dejados hoy como a su libre albedrío. La fidelidad partidaria a los tres grandes de ayer garantizaba esa suerte de status quo electoral.