Recuerdo que Carmen, teniendo 70 años y viviendo en el interior del país, era la mejor anfitriona de los que llegaban a pasar fines de semana en su casa.
Es imborrable el recuerdo de sus salidas bien temprano en la mañana, para ir al mercado y regresar con las mejores frutas, carnes y legumbres para la comida del día.
Iba con su moño alto, sus vestidos un poco ceñidos y de buen corte y unas sandalias bajas de colores.
Sus manos tenían magia cuando se instalaba en la cocina y lograba con sus ingredientes naturales, preparar las más ricas comidas. Quienes la conocimos y disfrutamos, siempre pensamos que por ella el tiempo no pasaba, porque la vimos con más ánimos que muchos jóvenes que la rodeaban.
Pero los años cuando pasan suelen ser crueles y vimos como poco a poco, esa Carmen fue cediendo al tiempo y perdiendo su esbeltez para acumular una pequeña joroba en su espalda; sus ágiles manos perdieron los movimientos rápidos y sus salidas en las mañanas eran ya realizadas por sus parientes cercanos, porque ella se mantenía senada en silla de ruedas.
A Carmen se le hizo muy difícil asimilar que no era la misma, y quería, ya con 80 años, pararse e ir al mercado, caminar su patio de terreno accidentado, tomar una vara y tumbar mangos de su mata para llenar fundas y regalar a la gente; pero no podía y estas acciones se quedaban en su imaginación hasta tal punto, que muchas veces discutía por pensar que lo había hecho en realidad.
Compraba mucha ropa de colores, buscando sus tallas en estilos muy modernos para su edad; quería pasear los domingos y se molestaba cuando sus hijos no la complacían por no moverla cuando estaba enferma.
A veces miraba sus manos como quien siente que ya no son las propias, y nunca dormía sin cremas en su cara, porque pensaba que día a día, disminuirían las arrugas que llenaban su rostro. ¡Maldita vejez! Decía sonriendo, mientras retiraba una crema y se ponía otra que prometía mejores efectos.
Así la recordamos, con cuerpo viejo, pero mentalidad de joven a la que no le llegaron los años, porque en su mente, estaba cubierta de manera injusta, de una piel que no le pertenecía.