Hay que admitir que Luis Abinader es la histeria de nuestra actual coyuntura política. Pero, consideramos que las pasadas elecciones presidenciales y congresuales aunque no fueron un matadero electoral, sí devinieron en un suicidio político.
Aunque se sabía que el mandatario iba a repetir en el poder, con una oposición pusilánime, y un pueblo, en su mayoría lelo, y ensimismado, parecería que los denominados líderes políticos de la oposición, adrede, facilitaron el triunfo de Abinader.
A pesar de la abstención, de un 47% muchos se “inmolaron”, a sabiendas de que seguiría escaseando el agua potable; el sector de la energía eléctrica desplomado; los programas de asistencia a los desposeídos con estafas y fallas de puntualidad y, por si fuera poco, con alumnos a los que todavía se les imparte clases al aire libre.
Aparte de otras calamidades y desafortunadas políticas públicas, el presidente Luis Abinader se comporta como si la sinapsis lo traicionara y revelara su auténtica personalidad. En sus discursos se emociona demasiado, y tiende a falsear cifras y otros datos, sobre el presunto progreso de su gobierno.
Pero al margen de que en la pasada contienda electoral del pasado 19 de mayo hubo resultados sin un contrapeso, no es del todo cierto que fue una fiesta de la democracia. No puede haber democracia ni justicia cuando, en las votaciones, hay un método en el que un legislador puede ser superado por otro, aunque este último no lo supere en el número de votos.
Entonces podría argumentarse que en este período electoral hay cosas que de inmediato, no se ven, y son preocupantes. Por ejemplo, podríamos decir que tampoco fue una jornada tan cívica y decente, como dicen algunos. La calma, es solo eso, no necesariamente, señal de civismo y decencia.