Por Rafael R. Ramírez Ferreira
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Sé y reconozco que dos cosas iguales entre sí no necesariamente son idénticas, por eso, no es cuestión de denostar la profesión, pero, es que es de tal manera y forma, que ya no podemos diferenciar entre el tigueraje barrial y aquel otro, culto, bien educado pero que, poseen un discurso igual o peor a los primeros. Y es que, ese tigueraje político, barrial y ofensivo a la inteligencia de los demás, se acrecienta y se hace más vulgar, cuando se nos presentan como los “señalados” o “el que vendrá” todo lo cual nos hace pensar en aquel machote devorador de hembras, que al final, resulta ser gay. Un puro engaño, propio del comportamiento escatológico de la gran mayoría de los que viven del ejercicio de la política partidista.
Unos se presentan como guapos y aguerridos defensores de las aspiraciones del pueblo mientras están en la oposición y, una vez llegados al poder, se comportan como el buñuelo, que él mismo se voltea en el aceite.
Los mismos problemas llegado ese momento, pasan a tener otra connotación para ellos, como ese tema del famoso “barrilito”, la manutención de oficinas privadas para ejercer “su política” y otras tantas diabluras que avergüenza el solo mencionarlas. Y en este punto deberíamos preguntar si no es un privilegio aquello de hacer leyes y resoluciones para beneficiarse ellos mismos. Será acaso que esto podría resultar inconstitucional, basado en el hecho que hasta la misma Constitución dice que ante la ley todos somos iguales. Humnnn peliagudo el punto.
Pero, si estos políticos resultan ser un chasco, peor son aquellos “sumisos” teóricos que venden todas las soluciones a todos los problemas, pero, claro está, que todas son plasmadas en el aire, en la nada, porque todo resulta solo en palabras bien hilvanadas que en la mayoría de los casos son de ilusoria aplicación. Y es esta, una de las razones por lo cual nos andamos por las ramas para la solución de la mayoría de los problemas de esta sociedad, que, en esencia, los mismos son simples, aunque el continuar con la permisividad, la falta de aplicación de las leyes y la condescendencia, principalmente con los ya prácticamente incontrolables pobres padres de familia, es aún mucho más sencillo.
Cada día que pasa, más nos parecemos a aquellos países donde el tránsito es más que un caos, algo parecido a una película de terror que a una realidad. Y es que los mismos se iniciaron al igual que el de nosotros, donde la permisibilidad se alía con la política produciendo el desmadre en que se han convertido nuestras calles para transitar. Ahora se destapan con el puntaje para las licencias como si ese fuese el principal problema, pero; ¿Qué decir que hasta el momento no se han atrevido a poner en ejecución la cuestión del uso de las placas públicas y la distinción de estos con rayas o colores que los definan a lo lejos? No, son pobres padres de familia.
¿Y qué de establecer las calles de una vía -cosa esta comprobada que ha dado resultados- pero jamás aparecer las autoridades que velen por su cumplimiento? ¿Y las grúas para hacer cumplir la no violación de las señales que prohíben el estacionamiento en determinadas zonas o en paralelo en calles, principalmente de una vía, porque en cuanto a las de doble vía, es un real infierno? ¿Acaso esto no es más sencillo y efectivo para controlar el tráfico, que estar inventando y haciendo bulto? ¿Desconocen que sus efectivos no están preparados para disponer de una herramienta como esta sin que lleven a cabo una hecatombe? ¿Será que el problema es, que las soluciones sencillas para llevarlas a cabo necesitan de mucha responsabilidad, coraje y menos firmas de convenio con los mismos que producen el problema?
Reitero, de nada valen las teorías, sean faranduleras o clientelistas, de nada valen planificar y organizar sino se llevan a cabo con responsabilidad y sin distinción de si se es o no un pobre padre de familia sindicalizado o adherido a una empresa de transporte, si no se aplica con rigurosidad los otros dos pies de la Gerencia, es decir, la ejecución y muy específicamente, la supervisión. Así de sencillo. ¡Sí señor!