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Inolvidable experiencia

Inolvidable experiencia

Pedro Pablo Yermenos

Desde que surgió el viaje a Europa, la colega de labores informó que su marido trabaja en una línea aérea que hace esa ruta. Prometió que, de usarla, ella hablaría con él para conseguir facilidades con los boletos.
Los beneficios fueron más allá de lo imaginable.

El esposo se entusiasmó tanto con la idea que anunció que acompañaría al grupo en su materialización.
No solo consiguió una reducción significativa del costo de los tiques, sino que fueron en primera clase.
El repentino compañero resultó un personaje muy agradable, alegre, servicial y práctico.

Sobra decir que, con él a bordo, las atenciones fueron tan ejecutivas como la sección del avión donde iban.
En Salamanca y Madrid, destinos del periplo, las cosas marcharon de maravilla. Entre los integrantes del paseo se produjo una sinergia difícil de conseguir en estos casos.

Parecían viejos conocidos como si tuvieran historias similares previas, lo que no era el caso.
Lo que ocurrió fue algo tan sencillo como una actitud colectiva hacia el disfrute y el acompañamiento recíproco, todo lo demás surgió de manera espontánea.

¿Por qué las personas actuarán de esa forma solo en circunstancias excepcionales, perdiéndose las enormes ventajas de hacerlo como hábito natural de vida?

Al llegar la hora del regreso, la nostalgia se apoderó de ellos, pero decidieron quedarse con lo bueno de lo vivido y se comprometieron a repetir la experiencia en diversos destinos. Ni siquiera la esposa del funcionario de la aerolínea imaginaba que faltaba una parte estelar de la travesía.

A mitad del trayecto una aeromoza se acercó a dos de los viajeros e informó que el capitán invitaba a pasar a la cabina. No podían creerlo.
Se encontraron con dos personas extraordinariamente sencillas y simpáticas que respondieron las preguntas que los asombrados pasajeros hacían al vivir por primera vez algo semejante.

Pero faltaba más. Minutos después de iniciar el descenso, la misma azafata volvió a invitar. El capitán deseaba que uno de los dos presenciara el aterrizaje. Amablemente, uno cedió la oportunidad al otro. Nunca se supo si el gesto fue por generosidad o pavor. Aquello fue lo máximo.

El copiloto improvisado estaba extasiado. los pilotos parecían instructores de vuelo. Explicaban cada detalle y el significado de sus diálogos con la torre de control. La pista se fue haciendo cada vez mayor hasta que un experimentado comandante posó, suave como una pluma, aquel pájaro de hierro en tierra firme.