Opinión A RAJATABA

La ciudad violada

La ciudad violada

Efraim Castillo

A Miguel Alfonseca, Silvano Lora, José Ramírez -Condesito-, René del Risco, Grey Coiscou, Jacques Viau, Ramón Oviedo… viejos truenos cuyas acciones en aquel abril aún resuenan en los cielos)
(1)

Recostado en el viejo banco herrumbroso, recuerdo vagamente los reflejos de la calle: vislumbro entrecortados por transparencias entre saltos y espejismos memoriales, los edificios con sus canas colgantes, filtrados entre claroscuros perlados. Podría, así, quebrar la simetría del viento, confundir la castradora sequedad del polvo y elevar mi condición de espectador al arbitrio de lo agotado, al atosigamiento que desgaja la nostalgia.

Pero, ¿para qué?, si volveremos al reencuentro de las miradas arrebatadas, de los pasos contados, de las espaldas arqueadas, a los estruendos de la ciudad violada. Allí, en ese entorno de la bruma, justo donde el Ozama desaparece mis pies detallan en las sombras, en el espacio que abate el tiempo y es ahí donde la neurona del amor nutre la angustia entre lágrimas y goces, entre olvido y plenitud.

2
Podría morir la flor, volar el moscardón sobre el vitral del sueño, agonizar la esperanza donde yacen las cenizas; podría escapar a la censura sin fragmentos, sin extensiones de abanicos, sin protuberancia, sin ahogos y así los humus fluirían entre hojas, flotando lentamente por El Conde vulnerado para adentrarse en la presencia del crepúsculo. Voy a incorporarme, sacudirme del dolor, del escalofrío que recorre mi nuca como una agitación de sol y luna, aunque debiera estar tirado, arrinconado en esta huella de dolor, en esta nada compartida, donde los destellos de la ciudad no ceden.

3
Debiera permitir la quemazón del aura; debiera abrir una grieta a la esperanza tardía, a la agonía de una ternura que expira. ¿Sería alguien capaz de mostrar la cima remota, el desliz de la gruta abierta en el corazón de la city? ¿Tendrá fin el alejamiento de la barca, la osadía de la cayena en el huerto de los truenos? No hay pánico: no debería haberlo. ¿Para qué aplastar la ilusión sin enmendar el error de los fugados? Y no, no podría haber pánico, porque no es tan difícil, tan estéril, expresar la infinitud del perdón.

4
Está ahí la humillada ciudad de Ovando, la desgarrada ciudad de Trujillo, la desbordada ciudad de Balaguer, la hoyada metrópoli de Leonel, justo allí donde cayeron los dioses, justo allí donde el nacimiento del arroyo se vuelca entre fangos de sufrimiento, esquivando las flores del jardín o quizá violentando los juncos del amor.

El perdón podría estar ahí, sin mayúsculas, sin la algarabía de la venganza, sin los sonidos de la histeria: está ahí como la mejilla de un niño, como la cargada ubre del destete, o como una sensación de frío. Sólo hay que hacerse dueño del mechón de luz; sólo hay que remediarlo, de encontrarlo con un diminuto soplo de ternura y una lágrima revuelta entre sonrisas compartidas.