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La fallida gestión del desarrollo dominicano

La fallida gestión del desarrollo dominicano

Las altas tasas de crecimiento en el país se han presentado como un éxito en gestión del desarrollo.

Muchos analistas con diferentes experiencias, nacionales y extranjeros, han sido persistentes en presentar como un éxito en gestión del desarrollo, las altas tasas de crecimiento económico y los cambios estructurales e institucionales que ha experimentado la sociedad dominicana en el largo interregno 1960-2021.

Incluso hoy, entre ellos algunos críticos requieren que, para poder hablar de un verdadero desarrollo dominicano, la prosperidad material que vive el país con pequeños ajustes se debe conectar con lo que entienden por desarrollo humano.

Sin embargo, haciendo un análisis más profundo lo que muestran es, en lugar de éxito, una fallida gestión del desarrollo dominicano.

Es cierto que el crecimiento promedio anual del PIB real dominicano en ese largo intervalo ha sido de 5%, y con ello se ha colocado en el lugar # 13 en comparación con otras 124 economías con datos comparables.

Incluso, más interesante aún, con un crecimiento del PIB de 6% ha sido la séptima economía del mundo entre más de 185 países con datos comparables en el período 2012-2019, en los siete años anteriores al impacto del covid-19.

También es cierto que las dimensiones de la economía y la riqueza bruta del país se han multiplicado por 20, la población pasa de tres a 11 millones de habitantes, la sociedad dominicana deja de ser rural, con una estructura económica dominada por los servicios y una oferta exportable más diversificada de bienes y servicios.

Y desde el punto de vista del consumo, con los ojos de un Adam Smith de mediados del siglo XVIII, también hablaríamos con propiedad de una sociedad “opulenta”.

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A pesar de ello, República Dominicana no ha alcanzado el estatus de “país desarrollado”, cuando muchos otros países sí lo han logrado. No participa por el monto de su INB/cápita en la lista de 60 países que el Banco Mundial integra al grupo de ingreso alto.

Tampoco figura por su Índice de Desarrollo Humano junto a los 65 países que el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo considera de Desarrollo Humano muy alto. Más desfavorable es la situación cuando se mide de manera más compleja el desarrollo.

Por ejemplo, en la clasificación de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial, República Dominicana no califica entre los más de 70 países que considera industrializados o en proceso de industrialización.

Y no participa en el grupo de países con economías avanzadas a que nos llevaría una clasificación más rigurosa del FMI que escoge solo a 38 de los 193 países soberanos, reconocidos por la Organización de las Naciones Unidas. En rigor, esos mismos países son los que mejor satisfacen criterios no solo económicos, sino en todas las demás facetas de la buena sociedad.

Pero la situación relativa de los dominicanos es todavía peor desde el punto de vista del desarrollo. República Dominicana al concluir el largo interregno 1960-2021 se sitúa más cerca de los países más atrasados que de los más adelantados del continente y del mundo.

El INB/cápita dominicano, en el año 2021 fue de US$8,220. El de Estados Unidos 70,430, el de Suiza 90,360 y el de Bélgica 50,510 dólares norteamericanos. En los dos países más atrasados del continente: en Nicaragua US$2,010, en Haití US$1,420 y en los dos más atrasados del mundo: en Somalia 450 y en Burundi 240 dólares norteamericanos.

Sin mucho esfuerzo puede notarse a través de ese importante indicador hacia dónde ha conducido al país ese crecimiento y sus cambios tan idílicamente presentados.

El impacto de los mismos apenas ha servido para separarnos de países que no han crecido o que lo han hecho muy poco, mientras las brechas en términos absolutos con los desarrollados alcanzan niveles sumamente elevados.

Los viejos sueños de hacer del país una Suiza de América, o una Bélgica del Caribe o más cercano aún, un pequeño Estados Unidos, quedan disipados por la única y fiel realidad.

Llegamos a iguales conclusiones si ponderamos el nivel alcanzado por el país con indicadores como el nivel de riqueza per cápita, el grado de industrialización, el volumen y peso de las exportaciones de bienes y servicios de alta tecnología, los niveles de cohesión social, del capital humano y científico acumulado, o que reflejan los niveles alcanzados en el campo de la cultura y en otras actividades humanas.

Todavía más, el país solo aparece entre los países punteros en aspectos que se consideran más bien de mal desarrollo: la pésima calidad de la educación, los niveles de desigualdad, violencia interpersonal y accidentes de tránsito o entre los países con peores índices de percepción de la corrupción.

La gestión del desarrollo dominicano, tal como muestran los principales indicadores ya señalados, ha sido un profundo fracaso. Pero como reza el aforismo popular: “la esperanza es lo último que se pierde”.

Apostemos en lo adelante a que el camino que emprenda el país en las décadas siguientes sea la de un verdadero desarrollo, esta vez dirigido por un liderazgo empresarial, social, religioso, académico y político más culto, nacionalista, principista y decidido que el exhibido hasta ahora.

Por: Edylberto Cabral Ramírez

El autor es exrector de la UASD.

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