El valor, principio y derecho fundamental a la libertad de expresión, de obtener y difundir información, y el uso de las redes digitales son temas de discusión permanente. Se puede asegurar que son inagotables.
Ciertamente, esos tópicos se prestan para ser abordados desde las más diversas vertientes. Y permiten que todo humilde mortal pueda disertar sobre ellos con argumentos nada despreciables.
Es que estamos hablando de la esencia de la vida individual y social, de la institucionalidad democrática y de las cualidades que diferencian a los llamados animales irracionales de la especie que se ufana de ser racional. Admitimos que muchas veces dudamos si los calificados de racionales lo son realmente. Esa clasificación no nos convence del todo. Muchas veces, como dice la canción, también quisiéramos ser civilizados como los animales.
La libertad de expresión es la madre de toda aspiración de vida digna. De ella nacen y se desarrollan todas las potencialidades del ser humano.
No es por casualidad que los dictadores, tiranos y demás trogloditas, campeones de las bajas pasiones humanas, que oprimen a sus pueblos, siempre suprimen primero la libertad de expresión. Luego avanzan en la aniquilación de los demás derechos de las personas para consolidar su dominación social, económica y política. Y no dudan en apresar y asesinar a todos los intelectuales que se nieguen a someterse a su hegemonía.
Sobran los ejemplos históricos y presentes de esa aciaga realidad. Se generan tanto a lo interno de la comunidad, son manifestación de carencias y enfermedades sociales, como importados desde los países más desarrollados. Estos imponen su voluntad, con el objetivo de saquear los recursos naturales de las naciones pobres, al través de personeros oligárquicos, desprovistos de las subjetividades necesarias para respetar y defender a sus pueblos, como la conciencia social, la política, la nacional, la de clase, la de sujeto y la de pertenecer a una colectividad.
Es por todo eso que debemos tener mucho cuidado al momento de pretender regular la libertad de expresión. Hay que saber hilar muy fino en asuntos de derechos y garantías constitucionales. El artículo 49 de nuestra Carta Magna, que consagra el derecho que comentamos, solo es la punta del iceberg sustantivo.
Es cierto que más de seis décadas son suficientes para convertir en obsoleta a una legislación, y más en nuestro tiempo, marcado por la alta tecnología y la era digital. Es el caso de la norma 6132, del 15 de diciembre del 1962, sobre expresión y difusión del pensamiento.
Pero que el deseo y la necesidad de una ley nueva sobre la libertad de expresión no destape la caja de Pandora. Reflexionemos y evitemos que la cura sea peor que la enfermedad.