Pedro Mir es el poeta de la patria. Lo recuerdo por la hermosa persona que era, y por el poema “Hay un país en el mundo’’ que yo, con el grupo de poesía coreada “Japife”, junto a mis compañeros en la odisea del arte Francisco Javier y Antonio Fermín, llevaba a los liceos de San Juan de la Maguana, Elías Pina, Azua, Barahona, San Cristóbal, Neiba, Baní y a los barrios humildes de esas comunidades.
De su producción, Hay un país en el mundo, fue el primer poema que escuché (antes de leerlo); luego Ni un paso atrás, Contracanto a Walt Whitman, y lo que fue publicando. Cada nuevo título me llevaba a las profundidades del asombro.
Hasta que un día de los años 80, junto a los compañeros Adriano Sánchez Roa, Johnny Berigüete y Darío D´Oleo, lo invitamos a dar una conferencia en San Juan, y desde entonces nuestra comunicación fue fluida.
De su obra narrativa extraigo La gran hazaña de Limber y después otoño (1977), en la que intenta una aproximación a la espectacular proeza de un perro que tenía el nombre del piloto estadounidense Charles Lindbergh, quien en 1924 se enteró que un empresario estaba ofreciendo 25 mil dólares al aeronauta que fuera capaz de hacer un vuelo desde Nueva York hasta París sin escalas.
Los intentos previos terminaron fracasando. Cruzar el Océano Atlántico significaba casi 9 mil kilómetros, nada fácil, pero Lindbergh era obstinado y buscó apoyo de empresas, consiguiendo el dinero para comprar su propio avión, al que le puso el nombre de “Espíritu de San Luis’’, iniciando el viaje que revolucionó la navegación aérea.
Transcurridas 34 horas y media del vuelo, Lindbergh aterrizó en París el 21 de mayo del 1927.
Invitado por el gobierno, el 4 de febrero del 1928 hizo exhibiciones acrobáticas en Santo Domingo, fue recibido por el presidente Horacio Vásquez y visitó San Pedro de Macorís.
La historia de Pedro Mir se remonta al 1929 cuando estalló “la crisis económica más grande de toda la historia de la humanidad’’ y una familia, cuya identidad no se registra, afectada por los efectos de la crisis tuvo que mudarse para Yaguate mandando el mobiliario en un camión, junto con un perro recogido de la calle y bautizado con el nombre del piloto estadounidense.
Una vez acomodado en el que sería su nuevo hogar, el perro Limber, ignorando que sus amos iban en camino, experimentó los efectos de la soledad emprendiendo marcha de regreso a su natal San Pedro de Macorís, cruzando puentes, cuando había, y nadando sobre las aguas caudalosas del río Higuamo.
Ya en la Sultana del Este, Limber encontró la casa familiar cerrada, y después de una prolongada espera, decidió retornar a Yaguate, recorriendo nuevamente los 120 kilómetros que lo separaban.
Nadando sobre el Higuamo por segunda vez, Limber pudo reunirse con la familia, pero llegó sufriendo convulsiones, tos y vómitos. Los vecinos se asustaron, por temor a que tuviera rabia.
Limber cumplió la hazaña de hacer 2 veces el extraordinario recorrido: era el primero en la historia, el Charles Lindbergh dominicano. Pero no pudo gozar de los elogios de nadie porque la bronquitis lo afectó con una crisis de “tos muy violenta y escandalosa acompañada de una especie de rugido asmático’’.
Un vecino, asustado, creyó que Limber había contraído una tuberculosis contagiosa y ordenó eliminar al animal que “amaneció una mañana con la cabeza zanjada por un machetazo’’.
El señalado culpable de la muerte de Limber, una semana después, resultado de una riña por intereses, también amaneció muerto en una de las calles principales de Yaguate, confirmándose la sentencia de que “quien a hierro mata a hierro muere’’.
La obra de Mir, en reconocimiento al perro Limber, primera celebridad de Yaguate, se arrima al final con este homenaje: “ve a decirle a los tuyos que aquí yace Limber después de un sacrificio por amor al hombre que no todos los hombres son capaces de realizar por amor a sus semejantes’’.
El autor es poeta.
Por: Rafael Pineda
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