El cerebro mejor amueblado del siglo XIX, Carlos Marx, sostuvo que la historia se repite: Una vez como tragedia y otra como comedia. Tenía razón.
Pero son muchos los que le salen al frente al gran pensador y filósofo materialista, no solo con el objetivo de contradecir el precedente acierto, sino reducciéndolo en su estatura intelectual y metodológica. Lo acusan de un supuesto economicismo en sus ideas y anacronismo ante el desarrollo del capitalismo actual.
Ignoran, con malicia o con ingenuidad, que el método materialista científico del estudio económico, social y político sigue tan válido como en sus orígenes para los que sepan articularlo con la criticidad necesaria.
Los que afirman que la historia no se repite, en la esencia de los hechos, salvando las circunstancias de cada acontecimiento y su carácter superior al anterior, niegan lo evidente.
Obvian que la Humanidad se desarrolla por períodos o ciclos, que nunca son lineales y muchas veces lucen como graves retrocesos y otras veces como grandes progresos.
Todos esos períodos no se dan en círculos, es cierto, y por eso los analistas superficiales no ven sus conexiones con sucesos anteriore. Se producen en forma de espiral. Parten de un punto y ascienden en el tiempo a otro punto, siempre más complejo, en que lo esencial se repite.
Por ejemplo, la recurrencia de Buenaventura Báez en el poder se repitió con Joaquín Balaguer; la criminalidad de Atila, el rey de los hunos, se reiteró con Adolfo Hitler; la anexión a España por Santana se reeditó con nuestras élites sociales durante la ocupación norteamericana de 1916-1924, y paro para no causar escozor hoy.
Así las cosas, podemos ver, sin ánimo sensacionalista, una repetición de hechos nacionales vitales del generalísimo Máximo Gómez con la actualidad de nuestro presidente Luis Abinader.
Gómez, con su Campaña de la Tea en la guerra de independencia de Cuba y Abinader con el problema de la migración indocumentada haitiana en la actualidad.
El jefe de los mambises ordenó incendiar los ingenios de azúcar en la tierra del inconmensurable José Martí, para quebrar el interés de España en la isla del encanto, porque si no obtenía riquezas no seguiría mandando hombres a morir en la guerra. El Napoleón de las guerrillas se ganó con esta medida el odio de las élites azucareras cubanas.
Hoy Abinader, con sus quince medidas para controlar la inmigración haitiana, está afectando, como Gómez, las élites empresariales agropecuarias que no cumplen con el mandato legal del 80-20 (dominicanos-extranjeros) en su nómina de trabajadores.
Así, nuestro banilejo generó en la guerra de Cuba, para salvar la nación de Céspedes, el hecho que repite ahora Abinader en la paz, para salvar la nación de Duarte. ¿Hay comedia?