Absortos, embebidos por las recomendaciones de Monegal a Trujillo sobre la construcción del mulataje dominicano, el Gordo y el Flaco continúan su lectura:
»Recuerde, amadísimo Líder, que en los campos del Cibao el patio es el lugar para intercambios. Las primeras familias para trasladar serán los Díaz y los Peña; comprobamos que nunca se han cruzado con negros. Considero que el mulataje se establecería en alrededor de dos generaciones, pero podríamos acelerarlo llevando niños, los cuales comenzarían a cruzarse con los sancristobalenses en un periodo de entre diez y veinte años.
El mulataje no requiere, para su conversión en raza, de adaptaciones ni mutaciones originadas por la alimentación y el clima, sino de la unión de un espermatozoide blanco o negro con un óvulo blanco o negro, nada más. Además, querido Jefe, será preciso atender dos variables fundamentales:
» a) Se deberá implementar una política migratoria con Europa, aprovechando los malestares dejados por la guerra que recién finaliza. Los pueblos con un mayor flujo migratorio serán los de Europa Oriental, pisoteados por el hambriento oso ruso capitaneado por Stalin.
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Al respecto, deberemos comenzar a dar pasos para establecer una comunicación con Hungría, Polonia y Serbia; y abrir los brazos a obreros y agricultores españoles, lo que sería una gran medida para fortalecer continuamente el idioma que hablamos, el español, y detener el empobrecimiento constante de que es objeto.
Otro país que tendrá material migratorio en abundancia es Japón, que ha quedado totalmente destruido. Usted mejor que yo sabe, amado Jefe, que Japón es un pueblo regido en su moral por el Código Bushido, un reglamento que es increíblemente disciplinado, por lo que unas gotas de sangre nipona en nuestro sistema circulatorio nacional no caerían mal. Mi recomendación es, además, establecer lazos de comunicación con ese país para traer agricultores de las zonas más dañadas por la guerra.
»y b): Amadísimo Líder, todo esto sería imposible sin una vigilancia constante y perpetua de nuestra frontera con Haití. El 1937, contrario a lo que muchos creen, no será recordado como un año de sangre y limpieza, sino como una fecha ratificadora de la Separación de 1844.
Esa política de chapeo deberá erigirse como una constante necesaria, lógica y nacionalista, si verdaderamente deseamos ser libres como país que se respeta y venera sus ancestros. Nunca he dudado de que en algún rincón oscuro de la Patria se anide un Moisés que emerja vigoroso para desear reivindicar lo que los haitianos consideran como suya: la isla total.
Por eso, nuestra frontera no podrá convertirse, bajo ningún concepto, queridísimo Jefe, en otra Isla de la Tortuga que nos enajene para siempre. Así, la frontera deberá ser un lugar para la vigilancia eterna, llevando hasta ella hombres y mujeres puros que evadan de sus conciencias todas las tentaciones surgidas en aquella funesta corrupción que imperó en la región, a través del robo y el contrabando, antes de 1937».
(De mi novela «El personero», 1999)