Opinión Articulistas

A los pies de su majestad

A los pies de su majestad

Luis Pérez Casanova

Donald Trump no era el clavo ardiente al que se agarraron los votantes estadounidenses para salvarse o salvar a la nación de una catástrofe.

El mandatario se convirtió en un deseo para los sufragistas decididos a sobrevivir o naufragar, sin importarles los riesgos que su retórica incendiaria pudiera representar para la seguridad y el bienestar no solo de ellos, sino de la comunidad internacional. Si alguien no valoró el alcance de su discurso, entonces Trump mostró su cara de ogro o de pocos amigos en la fotografía oficial que difundió.

Si todavía quedaba alguna duda, no tardó en despejarla con las sanciones a Colombia por impedir el aterrizaje de dos aviones repletos de indocumentados y las órdenes a Egipto y Jordania para que acojan como refugiados a más de dos millones de palestinos que ocupan la franja de Gaza.
Si los conciudadanos de Trump quieren vivir a sus órdenes, en una suerte de esclavitud material y emocional, no hay más que dejarlos. Al fin y al cabo es su problema.

Lo censurable es que el gobernante estadounidense se valga de la fuerza o cualquier otro medio para devolver la grandeza a su país, como se propone, poniendo el mundo a sus pies. Las redadas contra los inmigrantes indocumentados o su intención de despojar de la ciudadanía a hijos de ilegales nacidos en Estados Unidos podrán ser injustas, inhumanas, pero están dentro de sus facultades.

Más todavía. Aunque se disienta de la forma se puede simpatizar con exhortaciones como la hecha a Rusia para que se retire de Ucrania o el reconocimiento al opositor Edmundo González Urrutia como triunfador de las elecciones en Venezuela hasta tanto el presidente de la nación, Nicolás Maduro, presente las actas que avalan su supuesta victoria. Con lo que no se puede simpatizar es con la intimidación a una nación soberana como Panamá para que se someta a las directrices de Washington en la administración del canal interoceánico, pero tampoco con las presiones a Dinamarca para hacerse con Groenlandia.

Las leyes internacionales que regulan el intercambio comercial, el respeto a la autodeterminación, no injerencia en los asuntos internos de los Estados y otras, Trump ni nadie pueden suplantarlas a la fuerza o bajo algún tipo de subterfugio. Con su actitud el mandatario estadounidense puede lograr, con o sin proponérselo, armar un frente de mansos y cimarrones contra su política intervencionista, que tanto se asemeja a la ley del garrote de Teddy Roosevelt.

Rusia no tiene derecho a apropiarse de Ucrania, ni China de Taiwán, pero tampoco Trump, por más poderoso que sea, a erigirse en soberano y tratar de arrodillar el mundo a los pies de su majestad.