El frustrado asalto al Congreso, la Presidencia y el Tribunal Supremo de Brasil por partidarios del expresidente Jair Bolsonaro es el primer aviso concreto de los obstáculos con que tendrá que lidiar el presidente Lula da Silva. La sublevación, rápidamente controlada por la fuerza del orden, nada tiene de espontánea.

Se corresponde con las maquinaciones de un exgobernante que nunca aceptó su derrota. Lula da Silva ha advertido que se procederá contra los participantes en una sublevación que desde ya algunos ven como un plan golpista.

Aunque Bolsonaro está tranquilo en Florida se da por un hecho que ha sido quien ha movido los hilos del atentado contra el sistema institucional.

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La ocupación de las sedes es una réplica de los disturbios en el Capitolio, en Washington, con que seguidores del entonces presidente Donald Trump trataron de evitar la proclamación del presidente Joe Biden.

En lo adelante Lula tendrá que medir muy bien sus pasos, pues no se puede descartar que algún sector, incluso aliado del propio Gobierno, trate de aprovechar las protestas para pescar en río revuelto.

Mientras tanto, la invasión no puede quedar impune.