El presidente Luis Abinader prometió el domingo que durante su segundo mandato el Gobierno se propone erradicar el hambre, reducir la pobreza general y la extrema, ampliar la clase media y aumentar en un 50 % el ingreso per cápita, lo que significaría una gran transformación económica y social o una aventura quijotesca.
El mandatario habló de construir una República Dominicana más justa y equitativa, aunque quizás colocó la vara muy alta, al comprometerse a reducir en cuatro años la pobreza moderada de un 23 % a un 1 5% y la pobreza extrema, que ronda el 3 %, a un 1 %, así como ampliar la clase media de un 40 % a un 50 por ciento.
En un desbordante optimismo, que ojalá fuera altamente contagioso, el jefe de Estado dijo que al final de su último mandato quiere alcanzar la meta de aumentar el ingreso per cápita, de 10,000 diez mil dólares a 15,000, lo que daría un gran impulso a la calidad de vida de los dominicanos.
Las metas citadas no podrían alcanzarse sin que el Gobierno impulse de manera acelerada la calidad del sistema educativo, por lo que el Presidente proclamó que “nuestras escuelas son el corazón del futuro, por eso estamos haciendo de ellas el centro del desarrollo”.
En torno a la construcción de obras de infraestructura vitales para impulsar el tipo de sociedad que el mandatario ha prometido, resaltó el Sistema Integrado de Transporte, que “cambiará la forma de moverse” en la capital o el monorriel de Santiago, que la convertiría en una de las ciudades mejor conectadas de América.
Ese desbordante optimismo sobre las perspectivas de erradicar el hambre, reducir pobreza general y extrema, así como ampliar la clase media y aumentar el ingreso per cápita, se basa en su convencimiento de que la economía crece de manera sostenida, impulsada por el turismo, inversión extranjera, exportaciones, remesas y zonas francas.
Sin confrontar tan firme convicción sobre los logros económicos y sociales que augura el presidente Abinader, vale recordar que Chile, México, Perú y Uruguay, alcanzaron el grado de inversión otorgado por las principales calificadoras de riesgo, pero ninguno ha podido erradicar el hambre ni colocarse a la altura de las economías desarrolladas.
El entusiasmo mostrado por el Presidente no alcanza para comparar al país con Hong Kong, Singapur, Corea del Sur o Taiwán, naciones que tardaron más de 50 años en alcanzar las metas planteadas aquí para un cuatrienio, pero la sociedad está compelida a acompañarlo en ese desafío, al final del cual, todo lo que se logre resultará en ganancia.