La protesta protagonizada en Puerto Príncipe por miles de haitianos hastiados de la inseguridad y la violencia provocadas por las pandillas tiene muchas aristas. Armados de machetes y seguro que también de alguna arma de fuego los manifestantes, que instalaron barricadas, no solo rechazaron las acciones de las bandas, sino la ineficacia que atribuyen al Gobierno para restaurar el orden y la seguridad en la nación.

De la misma manera que enarbolan consignas contra la violencia también reclamaban la renuncia del primer ministro y demás integrantes del Consejo Presidencial de Transición. Últimamente el Gobierno ha arreciado la ofensiva contra los pandilleros en sus bastiones de la capital, causándoles numerosas bajas, con el uso de drones explosivos y una persecución más intensa. Pero en esa misma medida los pandilleros también han respondido la ofensiva y amenazado con más derramamiento de sangre. Los haitianos ya se habían organizado en ejércitos barriales para repeler a los terroristas, pero ahora dan otro paso al desafiarlos en las calles.

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Esa decisión, que expone el alto grado de desesperación y zozobra en que viven los haitianos, marca otro paso en la lucha contra la violencia. Pero es obvio que el Gobierno tendrá que hacer más para garantizar la seguridad y el orden en un país desgarrado por la escasez de alimentos, medicamentos y los más elementales servicios. Las autoridades haitianas tienen que captar el mensaje con la mayor claridad.