Editorial

Hasta ahí nomás

Hasta ahí nomás

El asesinato del presidente Jovenel Moïse ha sumido a Haití en un vacío de poder, recrudecimiento de la crisis económica, política y social y en un estado generalizado de anarquía que ha motivado una solicitud a Estados Unidos y a Naciones Unidas del envió de tropas para proteger infraestructuras estratégicas.

Sin desearlo, República Dominicana está al lado del epicentro de ese terremoto geopolítico, que al decir del canciller Roberto Álvarez podría reeditar los episodios de caos, guerras tribales, fallos estatales y crisis migratorias acontecidos décadas atrás en Somalia.

El primer ministro Claude Joseph, reconocido por Washington y la ONU, autorizó el pedido de intervención militar, aunque el Parlamento haitiano designó el viernes a Joseph Lambert como presidente interino, quien se une a Ariel Henry, designado en el mismo cargo por Moïse días antes del magnicidio en la enconada lucha por el Poder.

Aunque es razonable y oportuno el temor expresado por el canciller Álvarez, de que los sucesos de hoy en Haití llevarían a reeditar la tragedia de Somalia, no parece prudente su afirmación de que se necesita una presencia internacional robusta en Haití para sacar el país de sus constantes crisis.

En una entrevista publicada en el diario Miami Herald, Álvarez dijo que en Haití las pandillas “han crecido de manera impresionante en tamaño y en el poder de sus armas, y están adquiriendo cada vez más un poder territorial muy importante en Puerto Príncipe”, para luego invocar la necesidad de “una presencia internacional robusta” en esa nación.

La nación dominicana sufrirá el mayor perjuicio en toda la región a causa del desborde de la crisis haitiana, pero por razones de geopolítica e históricas, el Gobierno no debería participar en ninguna diligencia que pueda interpretarse como promoción a una intervención en Haití, aunque esa sea la mejor receta.

Alivia saber que en esa entrevista con el periodista Andrés Oppenheimer, el canciller dominicano dijo que cualquier misión de este tipo solo podía ir por invitación del gobierno haitiano, lo que ya fue anunciado por las autoridades haitianas reconocidas por Estados Unidos y la ONU.

El liderazgo e influencia de la diplomacia dominicana debería centrarse en el reclamo de que la comunidad internacional acuda en auxilio del pueblo haitiano que padece hoy las mismas penurias que la Somalia de hace 40 años, pero también que reconozca el derecho del Gobierno y del Estado dominicano de proteger la integridad y soberanía de su territorio y la seguridad de su población. Hasta ahí nomás.

El Nacional

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