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Lideresa persistente

Lideresa persistente

Pedro Pablo Yermenos

Su sentido de la persistencia no tenía límites. Por eso, estaban equivocados quienes, por espurias conveniencias politiqueras, creían que podían hacerla desistir. A mayores obstáculos, más se robustecía su férrea voluntad.

Su inicio en las terribles faenas de la política se ubica cuando apenas alcanzaba 18 años.
Sus estrenados compañeros partidarios supieron, desde que la conocieron, que ese nombre había que registrarlo porque, en poco tiempo, sería objeto de bastante ponderación pública.

Esa potencialidad ostensible, adicionada a las infaltables trapisondas en ese mundo tan especial y su condición de mujer, se conjugaron para erigirle múltiples obstáculos que le hicieron morder el polvo de la derrota en varias batallas.
Pero siempre supo que eso no era el final de la guerra y confiaba en que, más temprano que tarde, lograría sus objetivos.

Sus adversarios no se percataban de que la estaban convirtiendo en víctima y eso la hacía crecer en la valoración de un electorado que se veía frustrado en sus deseos de votarle y comprendía las causas que provocaban esa injusticia.

Su liderazgo crecía hacia afuera en la misma proporción que la frenaban adentro.
Esa circunstancia le hizo tomar la decisión: Abandonó las filas de su organización y formó un nuevo movimiento con el cual presentaría su candidatura a la alcaldía de su municipio.

Bastaron los primeros pasos para que su antigua casa política tomara conciencia del error que había cometido. De manera torpe se empeñó en reconquistarla y su rechazo a esa propuesta incrementó su respaldo popular.

En poco tiempo se colocó en los primeros lugares en todas las encuestas de opinión que se publicaban y el pánico se apoderó de sus rivales. Nunca en la historia de la localidad, una mujer había sido alcaldesa.
Aquello era un coto reservado para la masculinidad.

Cuando llegó el día de los comicios, se sabía que sólo faltaba contar los votos. Obtuvo más apoyo que todos sus competidores juntos y la alegría del pueblo era apoteósica celebrando su victoria.

Su prestigio alcanzó gran dimensión cuando en su discurso de toma de posesión llamó a los derrotados a que se unieran a sus esfuerzos por convertir la patria chica de todos, en el lugar que habían prometido a sus electores.

La mediocridad no tiene límites, la respuesta negativa fue unánime.
Por eso, su predominio se extendió hasta que su resistencia física y mental se lo permitieron.
A ellos, ni esa eventualidad los relanzó.