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Odio a los haitianos

Odio a los haitianos

Luis Pérez Casanova

Enarbolar los símbolos patrios solo para estigmatizar a los haitianos que han emigrado a este país para sobrevivir hasta en condiciones inhumanas denuncia que tras las efervescentes proclamas nacionalistas se ocultan otros objetivos que a simple vista empañan la imagen de República Dominicana.

Las circunstancias me pusieron frente a un grupo de jóvenes que defendían la nacionalidad, cuya pinta los delataba como miembros de la claque que se moviliza motivada por los 300 o 400 pesos, el picapollo y la cerveza, aparte del transporte.

Me hubiera gustado que no fuera así, que esos jóvenes conocieran algo de historia, de la lucha que se ha librado por la soberanía y las libertades, pero el aspecto y las expresiones demostraban que no conocen ni uno solo de los principios que defendían.

Y se retrataron cuando uno de ellos dijo: “a esos haitianos no los queremos aquí, que se vayan para su país”. El caso es penoso, pero también grave porque tenemos a grupos que al estilo KKK se arrogan la facultad, a contrapelo del orden institucional, de impedir actividades de nacionales haitianos o de perseguirlos como bestias.

La emigración haitiana, masiva y descontrolada, constituye un gran problema para este país. Pero ese problema, en lugar de enfrentarse con acciones energéticas pero respetuosas, sujetas siempre al mandato de las leyes, se fomentó a través de la contratación ilícita de mano obra barata para la construcción y la agricultura, así como de la corrupción que permea en la zona fronteriza. Ahora, cuando se toman decisiones firmes y responsables para controlar el trasiego y se repatrian a los indocumentados se propagan estos extraños movimientos patrióticos.

No era de los que favorecían la construcción de la verja perimetral en la zona fronteriza. Entendía que eran más conveniente para los residentes a ambos lados de la franja proyectos desarrollo, que los mercados binacionales han demostrado que podían ser compatibles sin generar conflictos.

Pero el presidente Luis Abinader no solo optó por el costoso y desafiante muro, sino que ha tomado muchas otras medidas para controlar la emigración y el trasiego de mercancías desde Haiti. Es claro, empero, que hay sectores que prefieren la confrontación, como si se perjudicaran con las obras.

Con ese acoso, que ha venido en crecimiento, se corre el riesgo de fomentar el resentimiento en una población que realiza tan importantes aportes a la economía. Hoy los haitianos son una necesidad en las actividades productivas, comerciales y hasta en los servicios domésticos. El odio, el acoso y la discriminación no son la mejor arma para lidiar con esa inmigración. No creo que los “nacionalistas” lo ignoren.