Recuerdo la sensación de no tener, a mi alrededor, a escritores más jóvenes que yo. Hace unos pocos años, todos estábamos en la línea inicial, éramos los niños del parque de la poesía en Santo Domingo. Desde el interior del país llegábamos algunos a corretear con nuestros versos en las plazas coloniales. Hoy, afortunadamente, ya no es igual.
Aquel puñado de poetas, no tan viejos aún, al que me tocó conocer en mis primeros años de universidad (2006-2009 más o menos), tiene ahora más de una década a sus espaldas, con poemarios, antologías, premios y experiencias en muchos aspectos de la vida.
Hace poco, me tocó presentar el poemario «Yo, implorante», de Paola J. Román (con Querer Editorial), una artista que además de la tinta y el papel utiliza el hilo y la tela para bordar una poesía electrizante, hecha con un toque de amor, con un toque de rebeldía, tintes oscuros y ojeras de «heavy metal» a lo Edgar Allan Poe.
La poesía como le gusta hacerla a Paola J. Román, se caracteriza por su precisión de aguja y brevedad de asalto, lúgubre y letal; con arrojo, decisión y sentencia. Su voz es suprema, contraria a todo lo que en ella es parte de la imposición convencional. Es por ello que implora a Dios un regreso al estado nunca hecho.
Antes del «Yo, implorante», de nuestra poeta, me había leído a la «Mujer pájaro», el primero de la que, esperamos, sea una exitosa carrera literaria. En esa primera lectura, la sorpresa y la satisfacción no quedaron cojas, como una Gervaise, de Zola, o la Marya Lebyadkina, de Dostoievski. (¿Una Naná sin ‘burlesque’ ni ocaso?).
Puedo decir, que en esta segunda entrega, nuestra poeta se mantiene en un mismo cauce respecto a su ópera prima y, a lo mejor, esto significa que la propuesta continúa desarrollándose. Es posible que haya más de estas inquietudes expresadas en un solo trazo de hiperestesia. Un espacio bastante para vaciar sus ansias de trascendencia, su escape del silencio, siempre rechazado y terrible.
«Padre / el silencio jamás ha sido mi casa», así inicia Paola este poemario, con una idea que se mantiene coherente: «Un silencio podría atormentarme / trasladarme a un desierto», «un silencio que yo no quiero», dice más adelante, en poemas distintos. Pero solo uno es admisible, el de Dios o Voiné, el que da la calma y la felicidad y aun así transmite miedo.
He aquí la precognición de lo que se quiere, ella busca un efecto y para eso tiene las palabras escogidas, el clima, la crudeza, los colores, la ubicación en el espacio mismo de su cuerpo: «Hundida en el pecho / acogida / por la redención».
Despliega un universo de símbolos, configura imágenes donde es frecuente el pájaro, se recrea así misma, se interroga « ¿Qué es ser mujer? / « ¿Qué es eso de hacerse?» La respuesta no importa, el vórtice de la interrogante es lo relevante.
Pero, cuál es la estrategia para hilvanar estos textos a veces crudos, otras sutiles; a veces oscuros, otras llenos de luz; apasionados y afilados como un desafío. «Yo implorante» es, de alguna manera, un poema río, un hilo de conciencia que fluye irreversible.
Su voz poética logra la profundidad, se vuelve densa en lo fugaz. Hace gala de contrastes, la fuerza y la crudeza frente a la sutileza y la fragilidad, pues como dijo Anne Sexton, «ser humano es ser frágil».
Clarice Lispector, en su crónica «El descubrimiento del mundo», afirma: «Lo que yo quiero contar es tan delicado como la propia vida». Lo que nos cuenta Paola en «Yo, implorante» tensa las cuerdas de la vida.
Ella te llevará a sus enigmas, a cuestionar la rutina, a desvelar su sinsentido.
Con elementos que aluden a lo fugaz, lo elevado, la velocidad, la rebeldía, Paola configura un universo estético con hilos de sangre. En él hallarás el dolor más fuerte y la felicidad más alta, cargarás la pesada angustia, conciencia de que, como afirma Silvia Plath: «Los dioses comenzaron un mundo, el hombre otro».
Esta no es una poesía sin vínculos ni indiferencia hacia la tradición literaria, se enfila en ella y sigue corrientes fértiles de las que hoy y por mucho tiempo beberán esta y futuras generaciones.
Los recovecos oscuros de este poemario, nos remontan a los graznidos lúgubres del cuervo de Poe; su rebeldía y coqueteos con el leguaje, la llevan, como a Pizarnik, a sus fortalezas y temores, donde la jaula se vuelve pájaro o el pájaro se vuelve jaula, da igual, es buena intertextualidad.
Amante de lo raro, intensa, sutil y de expresiones tan bellas como decir: «Ojalá la distancia se hiciera tan fácil como dar la espalda», Paola nos roba poco a poco, en el cauce de su río, haciéndonos sentir que su apuesta es alta, que busca la auténtica y verdadera poesía.
Por: José Ángel Bratini
binlaos@gmail.com
El autor es escritor.