Articulistas Opinión

Segundo fracaso

Segundo fracaso

Pedro P. Yermenos Forastieri

Hacía dos años que había caído en depresión. Lo que parecía una familia estructurada, se deshizo de la peor manera. Le parecía inconcebible que la reciprocidad de su compañera ante su comportamiento como esposo y padre, hubiese sido una artimaña de engaños y deslealtades agravada por burdos intentos de justificación.

 En esa estaba cuando a su hermano mayor le sorprendió un infarto que a poco estuvo de arrancarle la vida. Lo visitaba cada día en el hospital y en una de esas ocasiones, la nuera del enfermo le informó de su amiga soltera a quien valoraba con perfil adecuado para él. El inconveniente era que residía en Canadá.

Le solicitó que le proporcionara teléfono y correo electrónico de ella. “Tengo que consultarle primero”, le respondió. Él comprendió y esperó con no mucha paciencia. Varios días después recibió el correo y se apresuró a escribirle, intentando causar, con sus palabras, una buena primera impresión, para lo único que no existe una segunda oportunidad.

 Pasó días en ascuas sin tener respuesta. Llegó una semana después. Así inició el intercambio de mensajes, llamadas y fotos, que iba aumentando de intensidad. Acordaron que, en diciembre de ese año, él viajaría a conocerla. Le pidió que organizara un itinerario intenso, de forma que, si las cosas no resultaban en lo amoroso, aprovecharan el tiempo conociendo Quebec.

Su nuevo fracaso

 Al verlo ilusionado, su mamá, con quien vivía, rezaba cada noche, implorando la intercepción del santo de su devoción para que los acontecimientos salieran bien y su hijo pudiera disminuir la contundencia del golpe que le habían propinado.

Todo estaba coordinado para la cita. Las expectativas se incrementaban con cada conversación y discusión de la agenda que pensaban agotar. Venían de experiencias traumáticas y se percibían como la oportunidad de una merecida reivindicación.

 Al salir de migración entró al baño; se acicaló lo mejor que pudo. El encuentro fue maravilloso. El mejor beso que recíprocamente se han dado. Los nervios la traicionaron y se perdieron en el trayecto al hotel. Al llegar a la habitación, encontró flores y mensajes de bienvenida.

 Acordaron reunirse a las 10 de la mañana del día siguiente. Se levantó bien temprano, se dio un baño riguroso y se dispuso a esperarla. Media hora después de la hora señalada, marcó sin suerte su teléfono. Repitió la llamada cada diez minutos. A las 10 de la noche, no le quedó más que aceptar su nuevo fracaso.