No hay que ser experto en conducta humana para percibir que la población dominicana acusa un marcado estado de estrés o ansiedad a causa principalmente de una sobrecargada agenda de conflictos económicos, jurídicos, políticos y sociales, que incluyó debates sobre reformas constitucional y fiscal.
Al arribar hoy al penúltimo mes del año, se agrega al agobio ciudadano los vaticinios de meteorología sobre una vaguada que produciría fuertes precipitaciones sobre gran parte del territorio nacional, y la posibilidad de que se desarrolle en el mar Caribe “un ciclón zurdo” durante los próximos siete días.
El desánimo público se aproxima al hastío, con recurrentes noticias sobre los efectos buenos o malos que arrojaría la modificación al Texto Sustantivo o la interrogante sobre qué sucedería a la economía ante el fracaso del proyecto de modernización tributaria.
Sin lograr entender por qué fue removido hacia el Ministerio de Deportes el alcalde de La Vega, que ganó las elecciones municipales con un 77% de los sufragios, la gente no entiende el mecanismo legal que se usaría para nombrar o elegir a su reemplazo ni porque ese lio toco a la Constitución de la República.
Otros ruidos perturban el sueño colectivo, como el fallido nombramiento en un cargo simultáneo a un funcionario cuyas funciones colisionarían con mismos intereses o de un expediente penal que apagó luz de semáforos y encendió praderas del espionaje.
Una cacareada reforma al Código Laboral ha ingresado a las fauces del Congreso en condiciones de discapacidad jurídica y con ropaje de disenso entre centrales sindicales y Consejo Patronal, especialmente en lo referido a la cesantía, por lo que trabajadores y empleadores ignoran aun sobre cual pie están parados.
El presidente Luis Abinader proclamó que los motores de la economía dominicana están rompiendo récord, que el crecimiento este año del PIB sería de un 5%, al tiempo de destacar el buen desempeño del turismo, zonas francas exportaciones, por lo que no se entiende el afán oficial de mercadear estrés.