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El tema sobre si debemos convertir o no el derecho y deber constitucional de votar en una obligación en nuestro país está creando un interesante debate.
Lo lamentable es que se quiere dar al punto en discusión una naturaleza legal. Ese es un error garrafal. Para ponderarlo como afectación de un derecho fundamental, se habla de ley orgánica, y así establecer la obligatoriedad del voto.
Jamás debe pretender lograrse un giro copernicano del ejercicio del sufragio por esa vía infra constitucional.
Sería un desatino jurídico. Se violarían los más elementales principios del derecho que rige nuestra sociedad.
Con eso no se juega. Es demasiado importante, trascendente y complejo para darle una salida desesperada y fácil.
También podemos considerar natimuerta toda iniciativa tendente a establecer la obligatoriedad del voto por vía de una norma adjetiva, sea ordinaria u orgánica.
Creemos que se cae de la mata que, si se acuerda imponer la obligatoriedad del voto, en nuestro actual ordenamiento jurídico, esa norma debe estar contenida en la Ley Suprema.
No se puede confundir la regulación de un derecho fundamental con la transformación de ese derecho y deber fundamental.
La ley orgánica puede regular el ejercicio de los derechos fundamentales, como el voto; pero no puede desnaturalizar esos derechos. Ni crear nuevas circunstancias, que la Constitución no permite, como la obligatoriedad del voto.
Llevar el ejercicio del voto, que ahora es un derecho y un deber no obligatorio a que sea obligatorio y penalizado es una reconfiguración del voto. Esto es igual a una reforma constitucional misteriosamente solapada.
Sorprende que constitucionalistas acuciosos, talentosos y brillantes no comprendan esa verdad jurídica.
Parece que los graves y profundos efectos que puede crear la abstención electoral en el Estado Social y Democrático de Derecho tienen a muchas personas muy preocupadas. Y tienen razón. Pero eso no justifica violar el sistema.
De continuar por el derrotero de imponer la obligatoriedad por una ley orgánica estaríamos creando un remedio que sería más peligroso que la enfermedad que pretendemos curar.
Hasta nos pareceríamos a aquellos aprendices de brujos, como en la academia de la saga de Harry Potter, que desatan fuerzas oscuras que luego no pueden controlar.
Los dirigentes políticos y sus organizaciones partidarias, así como el Gobierno, deben asumir su cuota de responsabilidad frente al alto índice de abstención electoral. No es culpa de la ciudadanía, sino de sus dirigentes y autoridades. La han defraudado por demasiado tiempo. Y en su despertar, con los modernos medios de comunicación, ha dicho basta ya.
Suerte que la indignación de la población se ha expresado solo con la abstención.