Los feminicidios, una plaga que no se ha podido eliminar, vuelven a alarmar a la población. Las autoridades se consuelan al alegar que la ola de asesinatos de mujeres por parejas o exparejas hubiera sido peor de no ser por la instalación de casas de acogida.
La situación saca a flote una violencia social que tiene como expresión el machismo.
Los factores son múltiples, pero mientras tanto hay que explorar fórmulas para tratar de reducir a su mínima expresión la violencia contra las mujeres. Estos días se han reportado múltiples casos, algunos de los cuales con una crueldad conmovedora.
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Hombres han matado mujeres a palos o a cuchilladas en presencia de hijos.
Los últimos feminicidios representan un dramático llamado sobre la necesidad de abordar la violencia machista con decisiones que vayan más allá de las órdenes de alejamiento y otras que se han tomado.
En sociedades con tan elevados niveles de desigualdad social el problema es más complejo. En tanto alienta que entidades como el Ministerio de la Mujer no estén cruzadas de brazos.
Ha de reconocerse, sin embargo, que se está ante una grave epidemia que necesita una respuesta eficaz.