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Convergencia

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Efraim Castillo

¿Morirá el concepto? (3 de 5)

La inteligencia Artificial (IA) está destinada a liderar la próxima generación — Michihito Matsuda, 2018.

Parece complicada —pero no lo es— la evolución de un vocablo que comenzó en Roma como conceptus (proveniente de concipere, concebir), luego se convirtió en metáfora y movimiento creativo con el nombre de conceptismo en el Renacimiento inglés; después se transformó en la representación simbólica de una idea, hasta que Kant amplió su definición, argumentando que “los conceptos se relacionan a priori exclusivamente con los fenómenos en calidad de condición de una experiencia posible, o en calidad de condición de la posibilidad de las cosas en general (pero) pueden extenderse a los objetos en sí sin estar restringidos a nuestra sensibilidad” (Goblot: Vocabulario filosófico, 1901. [Ed. 1945])

Los conceptos (para Kant) “son completamente imposibles, careciendo de sentido si no es dado algún objeto a éstos o, al menos, a los elementos de los que se componen”. Mientras Goethe, yéndose a la representación significante de la alegoría, sentencia que ésta “transforma la apariencia en un concepto y el concepto en una imagen, de tal modo que el concepto ha de mantenerse y tenerse en la imagen, siendo la imagen el verdadero interlocutor” (Lukács: Estética I, 1967).

Sin embargo, aquella argumentación de Kant la lingüística la ha desenredado muy simplemente: “Recibe el nombre de concepto toda representación simbólica, de naturaleza verbal, que tiene una significación general que corresponde a toda una serie de objetos concretos que poseen propiedades comunes” (Jean Dubois et al: Diccionario de lingüística, 1979).

Aunque Alexander Pfänder, en su Lógica (1928), hace una distinción del concepto: “Es el que puede ser entendido como una entidad lógica y el que es aprehendido en el curso de los actos psicológicos”. Pfänder puntualiza que el concepto, como doctrina, “es parte de la Lógica y nada tiene que ver como tal con la psicología”, separándolo de la imagen y de su posibilidad o imposibilidad de representación (Citado por Ferrater en Diccionario de Filosofía, 1944).

Podríamos realizar la más empinada de las andaduras por el tránsito histórico del concepto y tendríamos que abrevar siempre en el desarrollo cultural de las funciones psíquicas, en ese pensamiento y lenguaje que se convierten, en esencia, como promotores vitales de la representación simbólica; determinantes para operar la oposición entre lo virtual y lo actual, y que, por fisiología simple, da sus primeros pasos con las conexiones asociativas en la primera infancia y luego se desarrollan en la pubertad, cuando a través de operaciones complejas se arriba a lo que Narziss Kaspar Ach enuncia como una tendencia determinante (Citado por Vygotsky en Pensamiento y lenguaje, 1934).

Lo que Henri Wallon registra como “muy difícil de decidir si las etapas funcionales marcadas por la señal, el índice, el simulacro, el símbolo y el signo constituyen etapas genéticas”, arguyendo que “las mismas causas que han hecho del hombre el animal social que es, le han dado su aptitud para formar representaciones “ (Henri Wallon: Psicología del niño, 1980).