Transeúntes y conductores se dirigen hacia sus hogares al caer el día, cuya carga de situaciones ha transformado a las personas que pasan por las distintas calles en autómatas que sólo responden a estímulos. Mientras el peatón se cuida por la inseguridad ciudadana, el conductor lo hace de los limpiavidrios. Un limpiavidrios es una persona que se dedica a lavar el cristal del vehículo, por lo regular sin el consentimiento del conductor cuando se detiene en un semáforo.
Este análisis es una etnografía, un estudio descriptivo de un aspecto cultural. A través de una observación descriptiva, noté personas, en su mayoría de sexo masculino, que oscilan entre 11 y 50 años, lanzar una esponja directo al parabrisas de un vehículo, ante la esperanza de que ceda en limpiar el cristal y así obtener varios pesos para cubrir sus necesidades sociales. En la avenida San Vicente de Paul esquina carretera Mella, en Santo Domingo Este, se describe una de las realidades que se reproduce en cualquier rincón del país.
Los limpiavidrios trabajan de manera informal en esas esquinas transitadas por vehículos, y yo fui testigo por más de un mes de los sucesos acaecidos por más de dos horas diarias. Cada tarde me paraba en una esquina diferente de esas concurridas calles. La denominada hora pico, por la alta cantidad de vehículos que transitan, era el escenario perfecto para que los limpiavidrios llevaran una esponja y una botella plástica de agua con detergente en sus manos. A medida que se iban acercando a los vehículos, disparaban al parabrisas la esponja o el agua para comenzar el proceso de limpieza.
Muchos conductores encienden el parabrisas para detener el trabajo, o le indican con la mano que no quieren ese servicio, otros dejan que haga la limpieza del cristal ofreciéndoles, terminado el trabajo, una cuantía a juicio del conductor.
La intersección San Vicente de Paúl-Mella se convierte a la hora pico en un pandemonio. La alta concurrencia de personas, ayuda a establecer paradas ilegales para que puedan abordar algún trasporte en ruta hacia sus hogares. Además, la presencia de la plaza comercial Megacentro, la estación Concepción Bona, de la segunda línea del Metro de Santo Domingo y un sinnúmero de vendedores ambulantes, hacen de esas cuatro esquinas la coartada perfecta para que los limpiavidrios consigan dinero o puedan robar algún artículo de fácil acceso.
Los limpiavidrios, por lo regular, no han terminado sus estudios primarios, convirtiéndose este oficio en su única fuente económica. Los que están en edad escolar, muy pocos asisten a clases en la mañana, y en la tarde se dedican a este oficio informal. Los más adultos, sólo dedican el tiempo para hacer dinero y consumirlo, por lo regular en estupefacientes o, en pocos casos, para comprar alimento o suplir alguna otra necesidad de interés particular.
En cuanto a las interacciones interpersonales, se observa que respetan los espacios establecidos, es decir, si trabaja en alguna intersección, no irrumpe en otro espacio. Son muy territoriales. Los que llevan alguna amistad cercana, se ayudan en la asistencia de algún vehículo y luego se dividen la propina obtenida por el trabajo.
La vestimenta de estas personas es andrajosa debido a que muchos no tienen vivienda donde lavarla. En cuanto a su comportamiento, son muy violentos. Cuando terminan de limpiar el cristal de algún vehículo y no se les paga, arremeten golpeando la carrocería vehicular.
Aunque, en otras ocasiones hacen el trabajo sin esperar remuneración, ante la esperanza de que algún conductor les pague con algo de dinero. Más allá de ver su conformidad reflejada en cada peso que reciben, se les ve el sufrimiento en sus rostros.
Los que disfrutan el trabajo, se les percibe una sonrisa falsa, y tal vez, como consecuencia del “cemento que huelen” o la droga que consumen ante la mirada de los transeúntes. La combinación de cansancio, sudor y drogas es la mezcla para olvidar las penas que les tocó vivir.
Por lo regular, muchos incurren en robos, o algún hurto de objetos de fácil acceso. La intención de conseguir algún artículo es venderlo para la compra, regularmente, de drogas.
Los limpiavidrios son sólo el ápice de una amarga realidad en degradación total. Una sociedad organizada pudiera crear bases que inspiren al trabajo laborioso y honesto.
Nos encontramos con personas con poca educación y con un lenguaje limitado porque no encontraron una familia y una comunidad que les orientara y animara al estudio. Nos queda preguntar ¿por qué estas personas tienen poca educación o no se hace nada para propiciar el cambio? El reflejo de la falta de educación, no sólo les hace realizar a un trabajo peligroso y poco remunerado, sino que les hace agresivos.
Carlos Manuel Bidó Gómez