Volver a las raíces siempre trae muchas emociones. Y si se llega con la satisfacción de poner en alto el nombre de la tierra amada en otras tierras, se hacen aún más fuertes las emociones, sobre todo, si se es buen amante de la patria y su gente, como lo es nuestro orgullo dominicano Al Horford.
Las emociones de seguro fueron de todos lados. Ver bajar de aquel particular avión a Horford, con el trofeo que muestra la magnitud de los logros que ha alcanzado en la NBA y en toda su carrera, es para emocionar a todas y todos los dominicanos. Me pareció muy tierno verlo acompañado de sus pequeños, de su madre y toda su familia. Era un regreso muy esperado y fue aprovechado para que el gobierno y el país de alguna manera, le mostrara la satisfacción y el agradecimiento por lo que representa para la dominicanidad, la cosecha de su tenacidad.
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Al Horford es el primer dominicano en destacarse en mucho. Esperemos que no sea el único dominicano en desarrollar una carrera como la que con tanta energía y optimismo mantiene por tantos años. Que su ejemplo sirva para que pronto, tengamos otros dominicanos con anillos de la NBA. Importante darnos cuenta que su éxito no es solo producto de un trabajo fuerte como deportista. Es producto del equilibrio de una conducta intachable, de una vida familiar en armonía, su fe y propósitos definidos.
Bien merecidos los reconocimientos recibidos por el gobierno dominicano y por otras entidades. Bien merecido el cariño y la admiración de toda la gente del país donde nació y comenzó sus primeros pasos en el baloncesto. Que sigan los éxitos.