1 Cuando se escribe, ¿se puede obligar la presencia del tema? Nunca tanto como ahora se quiere obligar al tema que obedezca al lenguaje; no el tema, su impulso inconsciente, que obligue a que lo escrito, pintando, esculpido, actuado, llevado a una partitura con la técnica debida, pero sin impulso espiritual, ¿vale algo?
Sí, vale algo: puras palabrerías en el orden de todo lo anterior citado. Quien se obliga por la presencia del tema y no por… ¿lo digo, tengo capacidad para transmitirlo? De ahí viene el “fracaso” de invocar a Dios en actos humanos que supuestamente a partir de esos actos se alcanza. Como digo Dios, puedo decir amor, muerte, el silencio, la ausencia; al escribirlo, al cantarlo, llevarlo a un lienzo o actuarlo, como lo siente o lo padece el que lo hace, lo escribe. Falso por dentro, resultados huecos.
2
Uno de los temas con más impronta a caer en paso en falso es la presencia de Dios en un poema, en la narrativa. “Quien en verdad busca a Dios, no lo escribe. Lo espera o lo desespera. Jamás lo obliga a ser testigo y cómplice de su vanidad”. Jorge Zalamea.
3
Cuando se escribe, ¿se puede abordar cualquier asunto, que se constituye en un tema? A esta altura del juego, casi en el séptimo inning, tema que no se escriba con la sangre, tema que no le comunica a ningún lector nada digno de que se quede gravitando en su cuerpo, en su sensibilidad de náufrago.
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4
¿Caducan los temas para la escritura? Más que caducar un tema, lo que deja es de tener la base que lo sustente, como el cantar a determinada revolución que resultó fallida tanto en la práctica de vida del cantor como del país que la sustentó. Cosa que no se piensa cuando se está en la efervescencia, en la ebullición de las inminentes transformaciones. ¿Lo mismo pasa con el tema de amor. La locura de amar expresada en primera persona, abordada o no con todo el sentimentalismo del mundo y la simbología no terminen en universal, en que una persona se constituya en todas. El poema de amor necesita de quien lo escribe, ¿amar? No necesariamente; pero sí de la necesidad de ser amado.
5
¿Y del tema de la muerte? ¿Hay que esperar que se les muera una parte de uno para escribir que se les crean? No es creer, es más bien identificarse con la propia muerte por llegar o haber llegado. Somos nuestra propia muerte y al manifestarse lo que se hace es quitarse la máscara.
6
“Soy yo mismo la materia de mis libros”, según Michael Montaigne, ¿soy mis temas? Mentir acaso no viene al caso y ¿sí lo soy? ¿Lo entiende con la sangre el lector? Si no ahora, mañana y como del mañana nada se sabe el hoy es el que cuenta, pero todo radica en el mañana, que es el que da esperanza. Mi tema, yo mismo.
7
Tema: el agua. Olas que no alcanzó el ver. Por no ver padezco. Viendo rondo el movimiento típico del agua. Permanencia y encrucijada de los orígenes. Un mirar de tierra sacude la raíz, movimiento en quietud. Las aguas del Mar Caribe terminan en mis manos. En sus líneas nubladas ni lluviosas ni comienzan ni termina ¿el vivir?
8
Tema el dolor. Sólo la mención de la palabra: dolor, nos sobrecoge y volamos hacia el dolor último, o al que aún permanece y no se ha ido del todo. La memoria del dolor nunca se va. Se transforma, se oculta ante una vaga sonrisa, que más que un gesto de alegría, es una mueca; de ahí que hay sonrisa que se asemejan más a una mueca, lo que supuestamente significa que transitamos en ese instante de alegría. Sólo el dolor es verdadero y ondea la condición humana, de que sólo a partir del dolor nos hacemos más comprensivos, comprensión para la muerte.
9
Tema: el amor. Yo, hablaba y hablaba a la mujer amada de una adolescencia incomunicada con el hambre y la desnudez, de una muerte dada por las propias manos.
10
Tema: la ausencia. En la distancia el afecto se fermenta. En ese caso el tiempo trabaja a favor de nosotros. Durar un largo tiempo sin ver a una persona que en un momento dado de nuestro crecimiento nos rondaban, les rondábamos… y de pronto viene la ausencia, luego el encuentro de esas ausencias en un estallido.
El autor es escritor.