Antes que alcanzar un alto al fuego y detener las atrocidades del Ejército ruso en Ucrania, el dictador Vladimir Putin persiste en una guerra que confina cada día más a su pueblo en su territorio.
El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, ha explorado todas las vías para poner fin a la guerra, incluyendo la de renunciar a la soberanía de su país, pero Putin ha insistido en los bombardeos y la destrucción en la nación vecina.
Horrorizan las imágenes sobre las muertes de civiles provocadas por soldados de Rusia durante ataques a refugios, hospitales y hasta a corredores humanitarios. Zelenski ha planteado su determinación de renunciar al ingreso de Ucrania a la OTAN a cambio de que Putin detenga los bombardeos y ordene el regreso de las tropas invasoras.
La otra cara de la realidad es que mientras los soldados pelean, el pueblo ruso sufre las consecuencias de las sanciones económicas y el aislamiento a que se ha visto confinado.
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Es poco lo que aún se sabe, pero Rusia está abocada a un período de escasez de muchos productos y servicios que formaban parte de su vida cotidiana. Si a Putin no le preocupa la masacre de civiles ucranianos, debería preocuparle o tendrá que preocuparle la estrechez que comienzan a sufrir sus compatriotas a causa de su guerra.