Hace mucho tiempo, demasiado, tal vez, pero cuando yo era muchacho, era raro ver, en mi barrio, un homosexual o una lesbiana. Sabíamos de uno o dos, si acaso, pero con el correr del tiempo las cosas han cambiado. Y ahora están por doquier, en masa.
Ya uno no sabe quién es quién, porque unos y otros se confunden en la oficina, en la fábrica y hasta en los centros de estudios. Es como una moda que se extiende, que un hombre quiera besar o tener sexo con otro hombre, que una mujer quiera hacer lo mismo con otra mujer.
Como va la vaina, pronto será por ley, es decir, obligatorio. (Por fortuna estaré muerto para entonces). Si fuera una decisión estrictamente personal, adulta, individual, no me importara en lo absoluto, cada uno hace con su cuerpo lo que prefiera ya siendo adulto, pero no es así.
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Me preocupa el exhibicionismo del lesbianismo y la homosexualidad, como algo normal y natural, en la radio, la televisión, los periódicos y las redes sociales; el tratar de convencer a los niños y niñas de que deben experimentar, que su sexualidad no debe tener límites.
Creo que un ser humano nace hembra o varón, uno con un pene y el otro con una vulva, lo que permite la reproducción, la continuación de la especie humana, que su naturaleza física los define de tan solo verlos.
(Cuándo yo era muchacho el mundo era diferente, la vida era diferente, el arte y la cultura formaban parte fundamental del espíritu y de la esencia humana), no es cierto, pero como dicen algunos España, viendo el mundo patas arriba: “cualquier tiempo pasado fue mejor”.
Los haitianos
Pero bueno, amigos, ese no es el tema principal de este comentario. La cuestión es que así, como era extraño ver un “pájaro” o una “pájara” en el barrio, también era raro ver a un haitiano.
Sabía de su existencia, por el sincretismo cultural, por las enseñanzas en la escuela, pero su presencia no era masiva, como ahora.
Ahora los haitianos están, no solo en los bateyes, como antaño, ahora usted los ve en todo el territorio nacional haciendo distintas labores productivas.
Están insertos en todas las actividades productivas, se han vueltos imprescindibles en la agricultura, la construcción, el turismo, etc. Hay labores que los dominicanos no hacen porque ese es “un trabajo de haitianos”.
La cosa es que cada vez hay más haitianos en el país. ¿qué cuántos son? No lo sé. No creo que alguien lo sepa. Lo que sí sabemos es que son muchos. Demasiados, diría yo. Tantos que no los puedo contar.
Algunos hablan de cifras exorbitantes, de tres, cuatro y hasta cinco millones. No lo sé. Repito, nadie lo sabe, ni el gobierno. Lo que sí sé es que existe una mafia, que la pobreza haitiana se ha convertido en un negocio de malos dominicanos, civiles y militares.