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Orto-escritura: Las anécdotas micheras, esfuerzo loable

Orto-escritura: Las anécdotas micheras, esfuerzo loable

Hace unos días se puso a circular el libro “Anécdotas puramente micheras”, de la autoría del profesor Ceferino Moní. Esa obra ha provocado estas reflexiones.

La anécdota es una fuente de conocimiento parcialmente valorada. Se trata de un relato breve basado en un suceso extraordinario, curioso o divertido.

Inicialmente circula en forma oral, pero a partir de su contenido y de la persona involucrada en el hecho que la origina, la anécdota llega a constituirse en material para libro, para lo cual es indispensable la aparición de un autor provisto de aguda visión de la realidad social y a la vez dotado de entendimiento para emprender un trabajo que implica sentido sociológico, histórico y literario.

Pocas veces concurren en un escrito estas tres vertientes del quehacer intelectual. Por eso andan muchas anécdotas en busca de quien se ocupe de llevarlas al papel y hacerlas perdurar sobre la memoria de quienes la vivieron o escucharon de primera mano. La oralidad cumple una función, pero lo transmitido de boca en boca se diluye y pierde la forma, pues el hecho va cambiando a media que circula.

Ceferino Moní, educador michero, pone nuevamente de relieve su vocación de historiador al compilar un racimo de anécdotas cultivadas en Miches y que él, justamente, ha considerado necesario preservar.

La anécdota resulta útil para lograr una conversación amena, por igual para quien pronuncia discursos o imparte docencia. Esto, debido a que esta narración breve, de hechos reales, puede tener carácter jocoso, ingenioso y didáctico.

Un hecho paradojal es que pese a lo dicho en el párrafo anterior, la anécdota puede proceder de un sabio, de un intelectual, de un estadista, de un hombre común, pero también de un idiota o débil mental. Las clases de física del bachillerato, me parece, resultaron más amenas cuando se relató que Arquímedes, científico griego, al bañarse en una tina observó que desalojaba un volumen de agua equivalente al peso de su cuerpo.

Lo jocoso es que salió a la calle proclamando “Eureka, eureka”, que quiere decir “lo he logrado”. Y como se estaba bañando y poseído de la inspiración científica, salió a la calle desnudo.

De otro físico, Isaac Newton, se cuenta que descubrió la Ley de la Gravedad, quizá en un momento de ocio, pues estacionado bajo un manzano observó cómo caían los frutos y no se quedaban en el aire al desprenderse del árbol. Hay ingenio también en la respuesta de un sargento de la compañía de Zapadores de la Policía, quien fue llevado con un equipo de albañiles a reparar una casa perteneciente a una pariente de un alto oficial.

Como la mujer criticara constantemente la presunta lentitud de los trabajadores, el sargento le respondió: “Doña, pero quéjese a la jefatura”. Es la respuesta ingeniosa de un hombre común.

Los individuos cuyo desarrollo mental anda por debajo del hombre común originan anécdotas que provocan risa, incluso risa cruel, porque tocan el absurdo y destacan la simplicidad del individuo.

Por ejemplo, todavía se recuerda el caso de un débil mental de nuestro pueblo que durante la tenebrosa era de Trujillo, ante el acoso de una patrulla militar por falta de su cédula de identidad, recurrió a su condición con estas palabras: “Es que yo sol loco”.

Otra persona de similar condición emigró a la capital, ya en tiempo de los Doce años, y como alguien le propusiera dedicarse a vender periódicos, argumentó que no haría eso “Porque estaban matando muchos periodistas”.

Los sucesos extraordinarios originan anécdotas trascendentes, y son protagonizados por hombres extraordinarios: en la ciencia, la política, las artes, los deportes, la guerra o en servicios al desarrollo espiritual de la sociedad, como algunos líderes religiosos.

Sus actos y expresiones suelen contener lecciones para los demás.
Volvemos con el tema.